Por Mariana
Gómez
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Foto: Celeste Torres |
Primero el
título, después el copete y luego la nota. Y al otro día otra nota, y así
sucesivamente todos los días. Primero la voz del noticiero, después las
imágenes escandalosas y luego el dramatismo de los testimonios, y así
sucesivamente cada día, cada mes y cada año.
Qué los
bolivianos no quieren trabajar. Qué los peruanos y paraguayos son
narcotraficantes. Qué los manteros no pagan impuestos. Qué hay que bajar la
edad de imputabilidad. Que los “chorros” son los negros y los villeros. Qué la
gente “como uno” es “gente de bien”.
El sentido
se agota de golpe porque los que escriben saben. Porque el contacto visual
entre la pantalla y el espectador es contundente. No importa que luego se
desmienta en letras pequeñas, el impacto es lo primero. No quedan dudas. Y si
las hay, quien también es “como uno” (un vecino, un amigo, un familiar) las
despeja: “¿te parece bien que un menor de edad salga a robar y al otro día
quede libre?”; “Acordate que si vos vas a otro país no podés estudiar ni
atenderte en los hospitales de forma gratuita”; “los inmigrantes ilegales te
sacan el trabajo a vos, que pagás impuestos”. Y entonces ya no quedan dudas.
Los buenos
se quedaron con la tele encendida y el diario en la mano, perplejos,
desorientados, con la sensación de que afuera está el peligro y con la certeza
de que son víctimas de la inseguridad social.
La
pantalla encendida jamás mencionó a los que evaden impuestos de forma
silenciosa y elegante, ni tampoco a los manteros de última moda que tienden sus
prendas en los “showroom” privados de Barrio Norte. No se oyó hablar de
ningún inmigrante, salvo los latinos.
Los
titulares nunca escribieron los gritos de los inmigrantes- mujeres, hombres y
niños- que trabajan jornadas de doce horas, sin ver la luz del día, para poder
subsistir. Es como si las letras de la imprenta esos talleres no tuvieran
existencia y mucho menos dueño.
Los periodistas no relatan las sonrisas desdibujadas de los pibes que,
siendo menores de edad, tuvieron que hacerse cargo de sus hermanos en
condiciones de vulnerabilidad económica. Atravesados en sus caminos por
aquellos que hacen negocios a costa de vidas que, piensan, valen muy poco.
Tampoco hablaron de las villas con respeto, como sí de los barrios bien.
Nunca informaron acerca de las verdaderas causas de la inseguridad
social, bajo las cuales la dualidad víctima/victimario parece variar
continuamente. La decisión política es encasillar a un “otro”: al boliviano, al
peruano, al paraguayo, al villero, al menor de edad. Y así, pareciera que una
vez que se localiza el mal, es fácil combatirlo.
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