por Andrés Respeño.
¿Qué pasaría si un monstruo, jamás visto, sin ojos,
ni orejas, ni hocico, sin cola, sin algo que pudiera darnos siquiera una
referencia, un monstruo totalmente novedoso, golpeara nuestra puerta?
Acudiríamos a su llamado porque todos sabemos qué
es un golpe, todos sabemos que es una puerta, todos sabemos qué significan dos
o tres golpes a la puerta.
Pero, una vez abierta la puerta o luego de encajar
nuestro ojo en la mirilla, ¿encontraríamos algo del otro lado a falta de rasgos
conocidos o que refieran a alguna cosa?
Es probable que al no reconocer nada de esta
novedad, no reaccionemos o, en el mejor de los casos, nuestros sentido y cierta
intuición nos permitieran quedar anestesiados,
catatónicos, como recalculando, tratando de entender que es esa parte que intuimos,
que nos llega, pero que a la vez no podemos reconocer.
Bien. Necesitamos entender para poder ver. ¿Podemos estar tranquilos con
esta manera de funcionar?
No. Y nos defendemos de esta amenaza como podemos:
“Pero mirá si va a pasar eso; dejate de macanas; no seas fantasioso”.
Una frase testimonial circula en las redes a
propósito del 2 x 1 aplicado por la
Corte Suprema de Justicia a los autores de crímenes de lesa humanidad:
“… Nos ponían en fila y disparaban al aire
o a nuestras cabezas aleatoriamente, la suerte es loca. Tu psiquis reventaba
del terror”.
Mientas esto ocurría, en aquellos
años, la sociedad, la gran mayoría, no dio crédito a lo que de vez en cuando se
hacía oír, a esa parte que nos llegaba como un susurro, en forma de sonido
lejano, algo visto en un instante al pasar. Eso que, dejate de macanas, no seas
fantasioso, la sociedad no lo pudo, no lo quiso ver.
Hoy en día, a esa parte del
monstruo ya la conocemos.