Mirá lo que te traje
Por Andrés Respeño.
“El traje nuevo del
emperador” o “El rey desnudo” es un cuento de Christian Andersen publicado en
1837. En él se cuenta la historia de un emperador que contrata a dos
extranjeros que se presentan como sastres para vestirlo con las mejores telas,
los mejores trajes. El emperador, que vivía de las apariencias, que todos los
días cambiaba su vestimenta, impresionado por los forasteros, les monta un
taller y les da dinero por demás para que hilen las telas y confeccionen sus
nuevas ropas. Tanta fue la confianza que depositó en estos dos extranjeros que
pensó que de esa manera, determinaría la
aptitud de sus ministros en tanto se dieran cuenta de la nueva calidad de sus prendas. Esto último se hizo vox populi. Y los ministros
fueron los primeros en estar alertas a deshacerse en halagos una vez que el
emperador comenzara a lucir la nueva vestimenta. Al poco tiempo, el emperador mandó a su
primer ministro para que le informara acerca de la marcha del hilado de las telas.
Con buen ánimo, este se presentó en el taller de los dos forasteros, pero al
ver que en los telares no había nada y que los dos forasteros trataban de
engañarlo haciendo que hilaban, lo primero que pensó fue que no podía decirle la
verdad al emperador, que seguramente lo tomaría por alguien no apto para
ejercer su cargo de primer ministro. Así
que decidió presentar un informe satisfactorio. Lo mismo sucedió días más tarde
con otro enviado que al ver la inexistencia de las telas lo primero que pensó fue
que si decía algo contrario a las altas expectativas del emperador perdería su
trabajo como ministro. Otro pensó que si
decía la verdad terminaría en el calabozo de la torre. Finalmente todo el mundo
por miedo a pasar por tonto, por miedo a ser despedido, o por miedo a ir preso
dijo que las telas eran de una excelencia pocas veces vista. Un buen día, los truhanes forasteros hicieron la mímica de
cortar la tela, hilvanarla y coserla, para luego anunciar que ya tenían listo
el traje del emperador y en un acto solemne, se lo presentaron. El emperador
quedó sorprendido. No veo nada, dijo para sí. Y de inmediato pensó: Pero si
todo el mundo admira el traje que yo no veo, quizá el que no sea apto para el
cargo soy yo. Aterrado pero disimulando se vistió con esas ropas inexistentes y
salió a pasear, finalmente creído de que el que no se daba cuenta de la calidad
de su traje era él. Como era de esperar, el pueblo vio que el emperador estaba
desnudo, pero como observaban a los ministros caminando a su lado como si nada,
apenas se atrevieron a murmurar la nueva. Solo un niño fue el que gritó la
verdad. El emperador está desnudo, el emperador está desnudo. Y el pueblo
comenzó a repetirla en voz alta. A lo que el emperador hizo oídos sordos y
siguió con su comitiva.
Una pregunta nos
surge en esta editorial. ¿Se podría pensar este cuento al revés? ¿Se podría
pensar que un emperador y su comitiva de ministros le anuncien a un pueblo que
tienen nuevos trajes para ofrecer pero que solo los tontos no pueden verlos?
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