jueves, 28 de junio de 2018

María Fiorentino, actriz y vecina. Una de lastantas perlas que nos dio Rosario

María Fiorentino, actriz y vecina. Una de las tantas perlas que nos dio Rosario.

Por Javier García Crocco


 
 ¿Cuándo viniste a Buenos Aires?

M. F.: ¡Uh…! (Se sonríe con nostalgia). En el 72, cuando Buenos Aires era una fiesta, el “luche y vuelve” y todo eso. Vine a estudiar teatro porque en Rosario había hecho una experiencia muy casual.  Mis padres me llevaban mucho al teatro.

¿Tus papás tenían que ver con “el teatro”?

M. F.: No, no. Mis viejos laburaban en un frigorífico. Mi mamá era obrera, y mi viejo era empleado de la sección estándar y después fue dirigente sindical.

Quizá la pregunta sea prejuiciosa, pero ¿cómo era que viniendo de una extracción sindical tus padres te llevaran al teatro?

M. F.: Porque mi viejo hizo teatro cuando era joven. Yo me enteré de grande. Mi papá fue casi huérfano y lo criaron tíos y tías. Había una foto de mi papá con un traje de novicio y con el tiempo me fui enterando que lo metieron pupilo en un colegio de los salesianos, que son muy rígidos. Mi viejo no la pasó nada bien allí. Nunca hablaba de eso porque no tenía buenos recuerdos de los curas. Y se ve que encontró una puerta de alivio para pasarla mejor participando de obras de teatro que se hacían en el colegio. Tengo programas de teatro en los que actuó mi papá.  Pero esto me lo dijo cuando yo ya había empezado a hacer teatro en Rosario. Ahí entendí por qué no quiso que yo fuera a un colegio de monjas como todas mis amigas, y de ahí, deduzco que me gustara tanto el teatro, más allá que mi viejo me enseñó a leer con textos de Lorca.  (Se sonríe) Y después decía: ¡Yo no sé a quién sale esta…!

Entonces, Buenos Aires…

M. F.: Claro, porque las veces que me subí al escenario allá, no lo disfrutaba. Me decían entrá por un costado, parate ahí, ahora decí tal cosa. Y yo veía el teatro de los elencos que iban de Buenos Aires… A ver, yo vi “Chúmbale”. Lo que me partió la cabeza fue “Hablemos a calzón quitado”, con Guillermo Gentile, un éxito del under total. La vi a Eva Dongé con Walter Vidarte haciendo “Matraca para un hombre triste” que me morí de amor y yo veía que aunque fuera un dramón esa gente la pasaba de puta madre ahí arriba. Y yo me aburría tanto que me dije: esto va a ser cuestión de estudiarlo.

 

¿Cuál fue tu primer barrio?

M. F.: Vine a vivir a un departamento que alquilaba mi viejo en Corrientes y Uriburu. Él trabajaba acá de lunes a jueves, era síndico del gremio. Y yo pienso cómo cambió esta Ciudad. Porque hoy en día el Once es una maldición. Está sucio, es peligroso, es feo. Y, para mí, el Once era el paseo de los sábados a la mañana donde salía a comprarme algo, una pilcha, una cartera. Claro, porque también el sueldo de una empleada, como era mi caso, alcanzaba. Yo me pagaba las clases de teatro, me compraba libros, la salida de las clases de teatro terminaban inevitablemente en una comida en La Pummarola, que era un boliche que estaba por la calle Sarmiento, y los sábados era el paseo por el barrio que era divino. Ahora está todo muy deteriorado. La Ciudad está deteriorada.

Están poniendo muchas veredas. ¿Cómo lo ves?

M. F.: Lo veo todo destruido. Me hace acordar cuando fui por primera vez a Madrid. Una amiga que vivía allá me dijo “venite en zapatillas porque es imposible caminar de tantas obras que están haciendo”. Inmediatamente agregó “porque la obra vial es lo que más ganancias deja”. Mirá, siempre me pareció que los autos la pasaban muy mal en la Ciudad, pero, ahora, ya no se puede caminar. ¿Viste la pirueta que tuve que hacer para entrar a este bar? Una mujer mayor tiene que seguir de largo. Allí, (señala la esquina más próxima) había una columna con el cartel indicador de la intersección de las calles. Estaba puesto en medio de la rampa para discapacitados. Un día, por suerte, se lo llevó puesto un camión, y lo tuvieron que sacar.  Salís a la calle y hacés un tramo por la vereda y de repente tenés que bajar a la calle. Y luego, lo mismo. Todo enrejado de color amarillo. Todo muy sucio; bueno, el habitante de Buenos Aires es bastante sucio, hay que decirlo. Pero fijate qué pasa. Voy al Ministerio de Medio Ambiente de acá de la Ciudad para hacerle un trámite a un amigo. Saco número, espero. Frente a mí tres tachos de basura muy prolijos, uno verde, otro negro, otro amarillo. Pasa el ordenanza con un carrito y vuelca el contenido de los tres tachos en la misma bolsa.

 

¿Qué deberían hacer los políticos, los gobernantes?

M. F.: Bueno, como primera medida, pienso yo, deberían llamar a alguien de los taxistas, a alguien de los colectiveros, a la gente que usa la Ciudad y preguntarles. La otra vez, iba en un 39 y el chofer se encontró con que la calle en la esquina siguiente estaba cortada. Nos pidió un minuto, se bajó. Vino hasta este cruce antes de que abriera el semáforo y les habló a los autos para que no avanzaran porque él tenía que retroceder toda la cuadra para retomar.  ¡El tipo de pronto estaba dirigiendo el tránsito, porque no había ningún cartel que indicara nada! Yo siempre digo una cosa, con la que coinciden muchos amigos, muchos tacheros, gente que se mueve en la Ciudad: “A esta ciudad la planifica una persona que está sentada en un escritorio en otra ciudad”.

Mirá, no puedo evitarlo, me acuerdo de la campaña de De la Rúa. Por San Telmo había un afiche muy grande que se había hecho muy popular, en el que se veían las piernas de un hombre de las rodillas para abajo sobre unos adoquines y el cartel decía: “De la Rúa camina las mismas calles que Usted”. Y un porteño divino le había escrito: pero no usa los mismos timbos. (Risas). ¡¿Quién camina las mismas calles?! La otra vez un tachero me decía los políticos se ponen una sirena arriba del auto de seguridad, hacen pee pee pee pee… y llegan en diez minutos al Congreso. Para ellos la Ciudad está bárbara, si llegan en diez minutos.  

¿Cúanto hace que vivís en Montserrat?

M. F.: ¡Uh…! Hace muchísimo. Mirá, viví desde el 80 al 90, más o menos, En Saenz Peña y Chile. Después estuve en otros lugares, un departamento que me alquilaba Alicia Bruzzo, otro en Corrientes y Esmeralda cuando estuve en pareja, otro que compartí con dos amigas. En el 94 me pude comprar este departamento, que es el único y donde vivo ahora. 

¿Te gusta?

M. F.: Me encanta, está sucio, sí, pero como todo Buenos Aires. Está el Subte, están los bondis, está la 9 de Julio, estoy al toque de todo, me puedo ir caminando a un teatro. Está la Avenida de Mayo que es hermosa.

¿Y cómo te trata el barrio?

M. F.: El barrio, muy bien. Pero todo Buenos Aires es genial. ¿Sabés? Yo nunca sufrí el desarraigo. Siempre me pareció vivir en una Rosario más grande. ¿Y con el barrio? La relación es más con los negocios, por ejemplo con la Fabrica de pastas de Belgrano y Salta, que he visto crecer a los chicos desde que llegué porque es un negocio como de tres generaciones. El que ahora es el señor pelado que atiende era un pibe, y me acuerdo que él siendo muy jovencito, veintipico, le decía a la mujer cuando yo entraba a comprar: “Disculpame, pero yo a María le entro…” ¡Un caradura, nos reíamos…! Ahora su mujer me pasa recetas, sabe qué voy a llevar. Tenemos un vínculo. También había un mercadito acá a mitad de cuadra. A este café vengo mucho. Tenemos la mejor pizza de Buenos Aires en La Posta IV, conozco gente que viene de lejos a comer la fugazzeta. Bueno, está Le famiglie. El primer día que vine a ver el departamento con mi mamá fuimos a almorzar allí. Nos atendió un mozo, Pedro, que es jujeño y que desde ese día es mi mozo. Cuando entro, los mozos me señalan las mesas en las que me tengo que sentar porque saben que a mí me atiende Pedro.

¿Más allá de que venimos hablando de cultura, ves otro tipo de actividad cultural en el barrio?

M. F.: No. Algunas cosas esporádicas hay, pero no se conocen mucho. O quizá las hay pero yo no lo sé porque no están publicitadas. Yo me enteré que los sábados y domingos daban películas gratis en la ENERC cuando una vez me lo crucé en la calle a Pablo Rovito que iba con la mujer y me dijo que llegaba tarde al cine. A veces voy a la biblioteca de la ENERC que tiene la biblioteca sobre cine más importante de América Latina. El trabajo que ha hecho Pablo Rovito es impresionante. Creo que ahora van a volver a dar películas gratis, los sábados y domingos. Mirá, cuando vine a vivir al barrio por primera vez, en los años 80, en la otra cuadra estaba la redacción de la revista Humor donde yo escribía, y toda esta zona del barrio que es Textil era recontra floreciente. Me acuerdo que la correctora de estilo de la revista, Elvira Ibarguren, una mujer encantadora, escritora de literatura infantil, falleció hace unos años, me decía vamos a buscar unos trapos, y salíamos a las retacerías donde había un movimiento tremendo. Hace unos años hubo una movida donde las textiles ponían carteles, como “Semana de la moda en Montserrat” “Algo está pasando en Montserrat”, arreglaban las vidrieras, pero ahora todo eso se está apagando porque es una de las industrias más castigadas.

¿Alguna anécdota en el barrio?

M. F.: (Piensa) Bueno, no es una anécdota muy feliz porque me quitó muchas horas de sueño y trámites, denuncias a la policía, en la fiscalía y hasta una audiencia con un diputado para que tomara cartas en el asunto y quitaran un boliche, no solo de mala fama, en la planta baja de mi edificio. Por suerte un amigo y vecino, después de un tiempo, se decidió y me ayudó también. Pero había mucha gente que miraba para otro lado. En fin, sería muy largo de contar. Por suerte lo sacaron junto a otros prostíbulos más que había por Santiago del Estero. Así que me quedo con el agradecimiento a Soledad Sylveyra y a La Alameda que vinieron y les hicieron una especie de escrache. Un calvario que duró como tres años pero que no me quitó el amor que siento por Montserrat.  (Sonríe).
 

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