viernes, 21 de junio de 2019

Editorial

EDITORIAL



Editorial

Por Javier García Crocco.

                          ¿Cuándo fue la última vez que Ud. pensó?. Foto: Archivo El Tambor

La comisión impartida por la dirección de El Tambor era pedirle a Andrés Respeño, del cual no teníamos noticias, que hiciera la editorial del próximo número. Como yo lo presenté al diario y sé dónde vive fui a buscarlo ya que no contestaba el whatsapp y menos el teléfono desde hacía un tiempo. Conociéndolo, sabía que nada malo le habría pasado, aunque la falta de trabajo y la carestía de la vida pueden desanimar a cualquiera. Mientras esperaba que saliera del baño, encontré entre sus libros uno que me llamó la atención. Se llamaba algo así como “¿Cuándo fue la última vez que Ud. pensó?” Lo ojeé mientras Respeño terminaba de lavarse la cara y cepillarse los dientes. En las primeras páginas, el autor dice algo así como que nadie piensa, y que si alguna vez las personas tienen o tuvieron un pensamiento genuino, eso es todo un acontecimiento. Que nuestra manera de razonar consiste en dar vueltas sobre lo que ya conocemos porque de esa manera nos sentimos seguros, y que ese conocer o saber se da en un lago de recuerdos al que tendemos, por lo tanto, solo reproducimos opiniones.

Respeño salió del baño, su aspecto no era el mejor, lo noté más flaco. Sonrió al verme con el libro y dijo:

—Interesante.
—Sí, ¿no? Pero dice que solo tenemos opiniones.
—Sí, claro. ¿Por qué creés que el presidente te manda a pensar el voto?
—¿Por qué?
—Porque sabe que no lo pensás. Que solo respondés con ideas preconcebidas que no te dejan ver la realidad.
—¿Pero entonces está mal pensar?
—Yo diría que no conviene tapar lo que se siente con pensamientos.
—Claro. ¿Algo así como sentir hambre pero pensar que la calle está asfaltada?
—Exacto. 
—¿Pero si no podemos pensar…?
—Opinar sobre nuestras opiniones ya sería un buen trabajo. 

Me quedé pensando, si es que pensamos, y le pedí, como me habían indicado, que hiciera la editorial para el próximo número.  Me dijo que no tenía tiempo. Se puso un pulover, se calzó el gabán, me pidió 30 pesos para cargar la Sube. Me explicó que tenía 20 de crédito, que si cargaba 30 le alcanzaba para ir y venir. Estaba apurado.  

—¿Y la editorial?
 —Hacela vos.


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