Cecilia Grierson, en el Bar "El Colonial"
Por Yolanda Machado Rauber
Un
mural se extiende sobre la entrada del bar El Colonial en la Avenida Belgrano
esquina Perú. A la derecha un rostro
femenino envuelto en una bandera argentina. A la izquierda un escrito como si
fuera una placa, en el que se lee “Cecilia Grierson, la primera médica
argentina”.
Para aquellos que no lo conocen,
el bar El Colonial abrió sus puertas hace aproximadamente 100 años y en el 2014
fue declarado “bar notable” de la Ciudad de Buenos Aires. Lejos del estilo de
otros bares notables, como el Tortoni o el Café de Los Angelitos, El Colonial
tiene el encanto único de lo barrial y de la buena comida argentina. Y tiene un
plus: Julieta, quien gestiona el lugar junto a su hermano Alejandro, ha llevado
adelante una reconstrucción de la historia del bar y de los edificios cercanos,
como el Otto Wolf -donde estaba antes la casa conocida como La Virreina Vieja,
donde vivió la segunda esposa del Virrey Joaquín del Pino- y la Iglesia
Presbiteriana de San Andrés, cuyas historias se pueden leer en las paredes del
lugar mientras se disfruta un almuerzo o un buen café.
Hacía rato que tenían el
proyecto de hacer un mural para adornar la entrada y la idea de reivindicar la
figura de Grierson les encantó. De la mano de Hernán Durigon y los chicos y
chicas del Instituto Industrial Luis A. Huergo con el apoyo de la Ciudad de
Buenos Aires, nació, en 2016, este mural que hoy se puede apreciar en la
entrada.
Grierson fue, tal como está
plasmado en la entrada de El Colonial, la primera mujer médica argentina. Hija
de colonos escoceses e irlandeses que se habían asentado en Entre Ríos, fue
maestra e institutriz desde la temprana adolescencia tras la muerte de su padre
y la difícil situación económica de su familia. Se graduó como médica en 1889.
Lo había decidido por dos motivos: pensó que la carrera de medicina la llevaría
a tener un horario un poco más holgado que siendo maestra y también tenía la
esperanza de poder salvar a una amiga que sufría de una lenta y dolorosa
enfermedad.
Grierson fundó en 1886, la
primera escuela de enfermeras de América del Sur en el Círculo Médico
Argentino; en 1892, la Sociedad Argentina Primeros Auxilios, y fue fundadora
también de la Asociación de Obstetricia Argentina y del Liceo de Señoritas. A
ella le debemos la difusión de conocimientos muy importantes en materia médica.
Sin embargo, en 1894, cuando quiso cubrir la vacante para profesora sustituta
de la Cátedra de Obstetricia para parteras en la Facultad de Medicina, la
posibilidad le fue negada.
“Debo declarar que siendo médica
diplomada, intenté inútilmente ingresar al profesorado de la Facultad, en la
sección en que la enseñanza se hace sólo para mujeres. No era posible que a la
primera que tuvo la audacia de obtener en nuestro país el título de
médico-cirujano se le ofreciera alguna vez la oportunidad de ser médico jefe de
sala, directora de algún hospital, o se le diera un puesto de médico escolar, o
se le permitiera ser profesora de la Universidad. Fue únicamente a causa de mi
condición de mujer (según refirieron oyentes y uno de los miembros de la mesa
examinadora), que el jurado dio, en este concurso de competencia por examen, un
extraño y único fallo: no conceder la cátedra ni a mí, ni a mi competidor, un
distinguido colega. Las razones y los argumentos expuestos en esa ocasión,
llenarían un capítulo contra el feminismo, cuyas aspiraciones en el orden
intelectual y económico he defendido siempre”, relataría.
Incansable luchadora por los
derechos de las mujeres y personaje destacado de nuestro barrio Montserrat, el
nombre de Cecilia Grierson lo llevan varios lugares, entre ellos la Escuela
Superior de Enfermería, fundada por ella. “Es increíble que mucha gente no sepa
quién es”, me dice Julieta. Me explica también que tiene la idea de hacer en la
otra pared del bar un mural más, esta vez dedicado a la Casa de la Virreina
Vieja. Para ello utilizarían como referencia una pintura de la famosa Léonie
Matthis, me cuenta con entusiasmo y un dejo de emoción por la puesta en valor
de lo propio, de lo local, que es lo que hace que Buenos Aires mantenga viva su
personalidad, su carácter único que la distingue y nos hace quererla siempre.
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