REFLEXIONES DE CUARENTENA
¿Cuánto se modificaron nuestras costumbres por la pandemia?
El anuncio de la vacuna -o las
vacunas- contra el covid, marcan un horizonte en el tiempo que, de alguna
manera u otra, ya permite proyectar a futuro. No obstante, el aislamiento
social preventivo y obligatorio ha modificado mucho nuestras costumbres.
Más allá de la apertura de
diferentes rubros o que de a poco comiencen a permitirse determinadas
actividades, hay hábitos que dejaron de ser moneda corriente. ¿De qué forma nos
afectó la pandemia en torno a nuestras actividades cotidianas? “El Tambor”
conversó con personas de diferentes edades con el fin de analizar un poco esta
situación, más allá de que esto no pretenda ser un trabajo de estadística ni de
encuesta, pero al menos para reflexionar un poco sobre esta materia.
“En enero había empezado a ir
al gimnasio, iba a la nutricionista y llegue a bajar 8 kilos: hacía media hora
de cinta y media hora de bicicleta” nos comenta Isabel de 62 años, quien
extraña hacer ejercicio en el lugar donde había comenzado a hacerlo. Hoy, en el
marco de la pandemia, nos cuenta que realiza clases de tai chi por zoom, le da
de comer a sus gatos -igual que siempre- mira la televisión y continúa
estudiando, teniendo clases en formato virtual. Sale a hacer las compras cada
diez días, a diferencia de Víctor (45 años) que va al supermercado una vez por
semana y en un contexto “normal” trabaja y hace ciclismo por hobbie.
“Si mañana volviera la
normalidad, trataría de retomar todo eso, con la salvedad de que después de
tantos meses, ahora uno le da más valor a los afectos, a juntarse con la gente
que quiere” agrega. Y claro, eso es una de las cosas que más extrañan
nuestrxs entrevistadxs: ver a lxs seres queridxs, el encuentro colectivo, el
afecto explícito; un abrazo, una palmada, un beso, una caricia. Eso se ha
remplazado por el zoom, Google meet, cisco webex, jitsi, entra tantas opciones
que tenemos -aunque muy lejos está de ser lo mismo.-
Fotos: Yamila Nair Williams - Archivo "El Tambor"
“Tengo algunas reuniones por
zoom pero de las actividades que realizaba antes, ahora no hago nada virtual”
nos menciona Silvia (61 años), quien vive a metros de la avenida Entre Ríos,
donde se encuentran los comercios a los cuales habitualmente se dirige a
comprar lo que necesita de forma cotidiana. No vamos a realizar un diagnóstico
sobre este hecho, pero en muchos casos se da, que hay actividades que la gente
no hace por la falta de costumbre en cuanto al uso de determinados medios
tecnológicos, o bien, porque algunas actividades no pueden adaptarse a ese
formato. Mateo, de 11 años, nos comenta que lo que más extraña es jugar a la
pelota con sus amigos, y eso es lo único que no ha podido reemplazar. “Me
levanto, tengo clase virtual, más tarde juego a la play y hablo con mis amigos”,
nos cuenta acerca de su rutina, en la que además de mirar televisión le suma
tener clases de inglés, también en forma remota. ¿Qué sucede con los niños,
niñas y adolescentes que no tienen acceso a la tecnología? Quizás es un debate
para otra ocasión, como también pensar cómo en la Ciudad de Buenos Aires, el
ejecutivo porteño aborda este tipo de problemáticas. Lxs adolescentes en
cambio, ya tienen acceso a telefonía móvil y eso genera otro tipo de ventajas.
“Tengo un par de amigos que se
están juntando, me parece bastante arriesgado”, sostiene Tomás, que con 16
años está cursando el cuarto año de la escuela secundaria. En el universo del
mundo de los jóvenes la situación es bastante compleja en torno a al aprendizaje
y la escolarización, como bien mencionábamos antes, respecto al acceso a la
tecnología y conectividad: no es la misma situación la de un pibe o piba del
barrio de Montserrat a que alguien que vive en el barrio Padre Carlos Mugica
(Villa 31-Retiro)
Lo cierto, es que todxs coinciden
en que lo que más extrañan es juntarse con otras personas: seres queridxs,
familiares, amigxs, conocidxs, y también algunas actividades de índole
colectiva que no se pueden reemplazar. ¿Por qué extrañar, si podrían juntarse
si quisieran? Todxs coincidieron en que no lo hacen por una cuestión de
responsabilidad con lxs demás. “No tengo miedo de contagiarme de covid, pero
si por ir de visita llego a contagiar a mi abuela, la cosa se puede poner muy
fea” contestó Tomás, nuestro caso testigo adolescente.
“Mi rutina es prácticamente
igual, porque soy trabajador esencial” nos cuenta Gonzalo, de 30 años, que
trabaja en una empresa que se desempeña en el ámbito de la salud. Nos contó que
va al trabajo tres veces por semana de manera presencial, y que las materias
del profesorado que está haciendo, las cursa de manera virtual y en los mismos
horarios que tenía pautado antes de la pandemia. Pero a la hora de ser
consultado por cual sería la primera actividad que haría de volver todo a como
hacíamos antes, la respuesta fue tajante y sin dudar: “juntarme a comer un
asado con mis amigos”.
Como bien escribimos líneas
atrás, esto no es un muestreo, no pretendemos generar falsas estadísticas a
través de un puñado de testimonios. Pero sí, estamos segurxs de que la gran
mayoría de la gente continúa cumpliendo el aislamiento social; más allá de que
veamos más movimiento en las calles y ahora en algunos barrios porteños con el
tema de la apertura de los bares anoche haya habido bastante gente, la
responsabilidad social a la que apelan las autoridades, en muchos aspectos,
como sociedad, estamos a la altura. No obstante, quienes nunca tuvieron en
cuenta los aspectos colectivos, quienes nunca se preocuparon por la situación
de los demás -y por demás, nos referimos a nuestrxs conciudadanxs-, tampoco
podemos pretender que lo entiendan o lo asimilen ahora tampoco.