EDITORIAL
La Cordillera
Un puñado de días atrás -o
quizá un par de semanas, dependiendo de cuándo leas esta nota- nuestra querida
Avenida 9 de Julio, arteria que corta al medio nuestro barrio fue escenario de
otro “conflicto”. Me detengo un segundo y pienso en eso de que “corta al
medio”. ¿Cuántas veces hemos oído decir que es algo así como “la Cordillera de
Los Andes” o un gran Río que divide Montserrat Este de Monsterrat Oeste?
Muchas. O no, quizás no. Pero es una gran divisoria de aguas de un barrio cuya
fisonomía cambia mucho.
De un sector, nos
encontramos con una zona “barrio”, de Belgrano para Independencia, con un
Mercado como el de San Cristóbal en uno de sus vértices. De Belgrano para el
norte, pocas casas, más edificios y mucha oficina, paisaje que se repite de
cara a San Nicolás. Del otro lado de la cordillera, en el vértice opuesto al
del Mercado, la Plaza de Mayo. La Plaza del pueblo. La plaza de las grandes
concentraciones, la plaza donde se han celebrado cientos de cosas, donde
también se va a reclamar.
Eso. Reclamos. Vuelvo a la
9 de Julio y, perdón la digresión. Bien comentaba que días atrás, la avenida
más ancha del mundo fue noticia ya que frente al Ministerio de Desarrollo
Social se concentraron miles de personas en función de una serie de reclamos en
torno a la situación económica, a pedidos expresos a esa cartera del estado que
es la que se encarga de “los planes sociales”, entre otras cosas. Salió en
todos lados, seguro lo viste o leíste al respecto.
No obstante, el tema
central no fue ese, sino que a posteriori, el Jefe de Gobierno porteño inauguró
nuevamente el debate acerca de los cortes en las calles: la libre circulación
de los vecinos y vecinas de bien, “los que eligen trabajar” y no “cobrar un
plan”. Como si tener que solicitar un plan social como medio de subsistencia
fuera una elección; como si el trabajo, fuente mayor de dignidad para la clase
social columna vertebral de los grandes cambios en nuestra historia, no fuera
sinónimo de ordenador de la vida de las personas.
Parece obvio, pero
evidentemente no lo es; un trabajo registrado trae consigo derechos básicos y
elementales: vacaciones pagas, aguinaldo, obra social, cobertura contra riesgos
de trabajo, jornada medida en horas que va contra la explotación. Derechos
adquiridos, que costaron mucho, de hecho. No obstante, la situación económica,
política y social no es la mejor. Una pandemia a cuestas, el deterioro del
aparato productivo durante los años de Macri, la intervención directa del Fondo
Monetario Internacional y una cartera económica nacional que debiera intervenir
más fuertemente de cara a los más vulnerables genera el caldo de cultivo para
que parte de los sectores más sufridos reclamen. Y la pregunta no deja de ser
menos válida que en otros momentos: ¿hasta el derecho a reclamar a los más
pobres les vamos a quitar? Según el Jefe de Gabinete porteño Felipe Miguel,
“habría que sacarle los planes a quienes corten la calle”. Así, de una. Corta
la bocha: “el que no trabaje y corte la calle”, le sacamos su única
fuente de ingreso, “el plan”. Sin importar, lo cortamos.
Recorte. Aunque el reclamo
sea legítimo, aunque incluso, no esté de acuerdo quien suscribe estas líneas
con la metodología. Ahora bien, ¿ese es el debate que nos
proponen? Más y mejor trabajo, mejorar la distribución del ingreso y la calidad
de vida de nuestros compatriotas debiera ser el eje. No la meritocracia. No la
cuestión de “no trabajan por que no quieren”. Va de la mano con el “se
embarazan por un plan” o “se jubilaron sin aportar” cuando sabemos que el
círculo virtuoso de la economía y el sistema de recaudación de impuestos del
Estado Nacional generan el colchón para generar escenarios lo más equitativos
posibles, aunque a veces no se llegue.
Quizás nos quedemos cortos
en estas líneas, quizás tampoco nos promuevan un análisis muy exhaustivo.
Quizás también, nos fuimos por las ramas. Comenzamos hablando de la 9 de julio
como divisoria de aguas de un barrio cuando en realidad el punto era la
manifestación con acampe de varios días. Ahora bien, esa divisoria de aguas
debe quedar en cuestión de límites. Límites que no podemos cruzar. El derecho a
huelga, el derecho a reclamar por lo que consideramos justo no puede estar
atravesado por la criminalización de la protesta social. Son debates ya
saldados o, al menos deberían. No podemos quitarle a los que menos tienen, lo
único que les queda. Ese derecho a reclamar. Y ojo, porque nosotrxs también
caminamos las calles del barrio y tenemos derecho a poder transitar en
tranquilidad: llegar a la escuela, al trabajo, a la iglesia, a la plaza. Pero
la discusión es más profunda pues, ¿Quiénes somos para señalar con el dedo al
pobre, amenazando con el hecho de quitarles lo poco que tienen? Entonces, la
divisoria de aguas, evidentemente, separa otras cosas.
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