EDITORIAL
Sigue girando
De la redacción.
A
pesar de que a veces no tomamos noción del tiempo, en un abrir y cerrar de
ojos, ya dimos vuelta la segunda hoja del almanaque de este 2022. Un verano
rápido y vertiginoso, con un comienzo de año que nos trajo el dejar atrás lo
más duro de la pandemia. Una tercera ola en el medio de la temporada -que por
cierto, explotó en todos lados muy ayudada del Pre Viaje- nos puso en
alerta en pleno momento de recuperar algo de normalidad.
Al
norte, una provincia en llamas. ¿Son intencionales los focos? ¿Prácticas habituales?
¿Ausencia del estado? ¿Del provincial o nacional? Ojo, cuidado con cómo se
cuenta la historia. No había llegado la lluvia a Corrientes cuando del otro
lado del globo la escalada del conflicto entre Rusia y Ucrania avanza un paso
más. Intervención militar y, ¿comienzo de guerra? Guerra; que concepto difícil,
justo este año que acá, sí, acá en nuestra tierra se van a cumplir 40 años de
Malvinas.
En
una guerra no hay buenos ni malos; puede haber posiciones marcadas con las
cuales se puede estar más o menos de acuerdo pero que, no justifican
intervenciones armadas ni pérdidas de vidas. Bien decíamos palabras atrás,
“cuidado con cómo se cuenta la historia”. No es lo mismo decir “Putin invade
Ucrania: Rusia y sus intenciones imperiales de siempre” que “Rusia se defiende
de los avances de la OTAN en la región”. ¿Sería lo mismo si ocurriese en la
frontera de Estados Unidos con México o Canadá por parte de los rusos?
Probablemente no. Lo que sí sabemos, es que el mundo tal cual lo conocemos está
volviendo nuevamente a mutar.
En
ese ida y vuelta, mientras los primeros misiles empiezan a caer en Kiev,
volvamos aquí a nuestro país y a los incendios de Corrientes. Santi Maratea
tuitea en busca de fondos para colaborar con la zona y los desastres que
ocurrieron. Y el tipo junta más de cien palos en cuestión de horas. Allí las
alarmas otra vez: como un influencer es más eficiente que el Estado, porque “si
nos unimos entre todos logramos cosas fantásticas”. Y los medios hegemónicos se
hacen eco de esa premisa. Lo ineficiente del Estado, lo obsoleto, lo
elefantiásico de ese monstruo que no funciona. El discurso “liberal” vuelve a
penetrar sobre debates ya saldados. El estado es el que garantiza que los
semáforos funcionen, haya calles asfaltadas, recolección de residuos, los
hospitales tengan profesionales e insumos, y que la educación pública sea de calidad,
aunque a partir de este ciclo lectivo “no se usen más palabras difíciles”,
Acuña dixit.
En
simultáneo, del otro lado de la grieta se escuchan algunas voces atacando al
tuitero por su calidad de librepensador progresista. “El estado pone ciento de
miles de pesos por día” o “Dejen de donar plata para lavar culpas de clase”,
entre otras.
Y
no, allí el error. Hay que abrazar causas como las de Santiago Maratea, un tipo
que, en medio del fragor de esa discusión, se anima a decir que quienes más
facturan, más dinero de impuestos deben pagar. Necesitamos más solidaridad, ser
más protagonistas de estos tiempos. De nuestros tiempos.
Y
necesitamos más Estado, por supuesto. No necesitamos funcionarios que sorteen
sus salarios; el sueldo es la retribución al trabajo: ¿de qué viven si no? Hay
que exigir que haya más y mejores medidas. Con lo que se tiene por supuesto
porque, no debemos olvidar que también hay algo que tenemos: al FMI
respirándonos en la nuca, intentando poner condiciones después de un préstamo
de dimensiones intergalácticas que tomó Macri y hoy hay gente que cree que es
la gestión de Fernández la responsable de la deuda externa.
Mientras
tanto, el globo sigue girando; los días siguen corriendo y las páginas de los
calendarios continuarán pasando igual que como las agujas del reloj siguen
marchando con ese tic-tac constante, incansable, ininterrumplible. ¿Qué nos
queda por hacer acá en Montserrat? Por lo pronto, informarnos; reencontrarnos,
involucrarnos, cuestionarnos. Invitar a pensarnos, criticarnos: hacer el
ejercicio de intentar ver un poquito más allá. Porque si hay algo de lo que sí
estamos seguros, es que, si no lo intentamos, seguiremos atados a las letras de
molde de siempre o a lo que ahora nuestros algoritmos decidan por nosotrxs.
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