ECONOMIA
NO SOS VOS, ES LA INFLACIÓN
Por Micaela Gorkin
En
un departamento ubicado en San José y Chile, vive Noemí. Tiene 61 años, reside
con su hija Mariel de 38 y su nieto Santiago de 17 que aún estudia en la
secundaria. Mariel, por su parte, trabaja en un estudio jurídico 9 horas
diarias. Noemí se encarga de las tareas domésticas, hace la limpieza de su
departamento, prepara la comida para los tres y cuida de la mascota del hogar,
la perra Loli.
Los ingresos
de la casa se reducen al salario de Mariel y a la jubilación mínima que
recibe Noemí por sus años como ama de casa. Por obligación, se volvió una
experta buscando ofertas. A pesar de no tener una movilidad jovial, esta
joven-adulta de 61 pirulos sale a la calle con su changuito floreado y comienza
su marcha hacia el Disco de Belgrano y Entre Ríos.
El guardia de la puerta ya la conoce. Entra sin pasar
desapercibida. Saluda al muchacho y comienza su recorrido. Toma la revista de
ofertas, ojea un poco para saber si cambiaron las promociones y la deja en el
chango.
Comienza en las góndolas de las conservas, lentejas y arvejas
para el guiso que tanto le gusta a Santi. Las arvejas que estaban a $24 ahora
están de oferta a $21,10, Noemí se siente victoriosa y continúa su recorrido
hacia el sector de las verduras. Necesita papas, pero se sorprende al llegar a
la exhibidora. El kilo subió de $8 a casi $12, y eso que no reparo en lo que
había pagado por el mismo producto seis meses atrás.
Cruza hacia la góndola que está enfrente para buscar aceite
¡Casi se le cae el changuito de la impresión! El mes pasado había pagado $22 el
aceite de girasol y ahora está $35. Mira a su alrededor y ve que todos están
más o menos con la misma indignación.
Se pone a hablar con Clelia, una vecina y, recordando cómo
estaban hace unos años, critican los precios. Clelia, preocupada, le comenta
que escucho en la radio que el aceite va a seguir subiendo hasta llegar al
triple. No lo piensa dos veces, toma uno y abandona el sector.
Después de un rato, nuestra vecina de Montserrat, continúa su
recorrido hacia la carnicería. En el último tiempo el asado ya había subido de
$110 a casi $150 el kilo. Decidió comprar una bandejita roast beef para ponerle
algo de carne al guiso.
Estando a la mitad de la fila recordó que no había comprado
harina. Dejó su lugar y salió para la góndola. “¡Diez pesos!” gruñó, sabiendo
que la pagó $5 en la última compra. Se dio vuelta indignada y volvió a la caja.
Al salir el guardia la saludó, le sonrió y dijo “Tranquila,
no es la única que sale con esa cara”.
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