miércoles, 22 de febrero de 2017

LA CULPA LA TIENE EL OTRO


Por Mariana Gómez


Foto: Celeste Torres
Primero el título, después el copete y luego la nota. Y al otro día otra nota, y así sucesivamente todos los días. Primero la voz del noticiero, después las imágenes escandalosas y luego el dramatismo de los testimonios, y así sucesivamente cada día, cada mes y cada año.

Qué los bolivianos no quieren trabajar. Qué los peruanos y paraguayos son narcotraficantes. Qué los manteros no pagan impuestos. Qué hay que bajar la edad de imputabilidad. Que los “chorros” son los negros y los villeros. Qué la gente “como uno” es “gente de bien”.

El sentido se agota de golpe porque los que escriben saben. Porque el contacto visual entre la pantalla y el espectador es contundente. No importa que luego se desmienta en letras pequeñas, el impacto es lo primero. No quedan dudas. Y si las hay, quien también es “como uno” (un vecino, un amigo, un familiar) las despeja: “¿te parece bien que un menor de edad salga a robar y al otro día quede libre?”; “Acordate que si vos vas a otro país no podés estudiar ni atenderte en los hospitales de forma gratuita”; “los inmigrantes ilegales te sacan el trabajo a vos, que pagás impuestos”. Y entonces ya no quedan dudas.

Los buenos se quedaron con la tele encendida y el diario en la mano, perplejos, desorientados, con la sensación de que afuera está el peligro y con la certeza de que son víctimas de la inseguridad social.

La pantalla encendida jamás mencionó a los que evaden impuestos de forma silenciosa y elegante, ni tampoco a los manteros de última moda que tienden sus prendas en los “showroom” privados de Barrio Norte. No se oyó  hablar de ningún inmigrante, salvo los latinos.

Los titulares nunca escribieron los gritos de los inmigrantes- mujeres, hombres y niños- que trabajan jornadas de doce horas, sin ver la luz del día, para poder subsistir. Es como si las letras de la imprenta esos talleres no tuvieran existencia y mucho menos dueño.

Los periodistas no relatan las sonrisas desdibujadas de los pibes que, siendo menores de edad, tuvieron que hacerse cargo de sus hermanos en condiciones de vulnerabilidad económica. Atravesados en sus caminos por aquellos que hacen negocios a costa de vidas que, piensan, valen muy poco. Tampoco hablaron de las villas con respeto, como sí de los barrios bien.

Nunca informaron acerca de las verdaderas causas de la inseguridad social, bajo las cuales la dualidad víctima/victimario parece variar continuamente. La decisión política es encasillar a un “otro”: al boliviano, al peruano, al paraguayo, al villero, al menor de edad. Y así, pareciera que una vez que se localiza el mal, es fácil combatirlo.

 


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