Por Gustavo López
En
general pesa sobre la juventud un estigma construido desde los prejuicios e
intereses de los sectores dominantes, que nos da la idea que ser joven es una
construcción social. En la década del 60’ se los consideró “rebeldes sin
causa”; como si sus rebeldías no tuvieran una demanda al poder estatal por ser
incluidos. En los años 70’ se los consideró “subversivos”, en los años 1980
luego de las desilusiones de la década anteriores se los identificó con la
“vagancia” y en los años 1990 pasaron a ser “los delincuentes” responsables de
las inseguridades que sufría la población. Esos imaginarios dieron lugar, desde
el poder, a diversas actitudes represivas hacia ellos, la más violenta y
criminal fue la adoptada por la dictadura militar iniciada en el año 1976. A
mediados de la década de 1990 irrumpe el paradigma de los derechos humanos, que
los reconoce como sujetos de derechos, obligando al Estado a redefinir el
sistema punitivo hacia las obligaciones internacionales asumidas por el Estado
Argentino.
Sin
embargo en cada etapa de restauración conservadora y ortodoxa de la economía se
que afecta la calidad de vida de la población, comienza un deterioro de la
seguridad pública apareciendo una vez como chivos expiatorios l@s pibes
retomando vigencia ideas que pretenden bajar la edad para hacerlos penalmente
responsables: debemos darnos cuenta que no es el sistema penal el que cura los
males de la inseguridad sino la distribución equitativa de la riqueza.
En algún
momento todas las agencias del Estado deberán articular políticas para la
inclusión dirigidas a toda la población, haciendo foco especialmente hacia los
sectores más vulnerables entre ell@s la juventud.
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