lunes, 25 de septiembre de 2017

Postales de mi barrio


Postales de mi barrio

Por María Isabel Meraud.

 

¿Desde cuándo soy del barrio? Qué sé yo. Mamá conoció a papá en la sastrería de Rosetti, en la calle Independencia cuando era angosta. Mi abuelo tenía una tintorería al lado y con mi otro abuelo vieron el bombardeo a Plaza de Mayo desde la terraza. Tuvieron que esconderse tras el tanque de agua cuando ametrallaban el Departamento de policía, porque las capsulas caían a sus pies

Yo aparecí  por acá en 1959. Vivíamos en Provincia. Allí no había secundario.  Y como mis padres consideraron que los juegos de adolescentes en el tren eran imprudentes, no quisieron correr el riesgo.

Mamá puso un atelier de belleza. En el cuarto trasero del local miramos entusiasmados el Cordobazo. Independencia seguía siendo angosta Tenia una parte ancha de la vereda, donde las casas previniendo el ensanchamiento habían sido construidas más atrás. Las otras, al borde del cordón, fueron demolidas. En la parte ancha  los chicos jugaban al futbol. También la 9 de Julio estaba en obra. Y los varones jugaban a tirarse piedras desde las montañitas de escombro de las casas demolidas. A la mujer de Rosseti le tocó enseñarme a bordar. Mamá en esto era inexperta y era un requisito escolar. En el barrio no había bachillerato de mujeres. Así que, al igual que mi mamá y sus amigas (mis tías), fui al liceo uno. Allí  en una asamblea organicé la toma del colegio. Fueron las primeras que se hicieron. Estábamos en 1973. Nuestro paseo era ir todos los días al Centro. Leíamos los libros de las mesas de las librerías de parados. Ahorrábamos lo que nos daban para viajar para poder ir dos veces por semana al cine y tomar un café a la salida. Elegíamos las películas de revisión Saura, Bergman, Passolini, Buñuel etc.

El Centro florecía, siempre estaba lleno de gente, a la salida de los cines en Lavalle había que prevenir al público  para que no se formaran avalanchas en la calle. Frecuentábamos el cine Lorraine, el Arte, la sala Lugones, el Lorca. El teatro San Martin, del lado de Sarmiento, tenía espectáculos gratis y de gran calidad todo el día. Simplemente caías a ver que había y con quién te encontrabas. El Centro era el patio de nuestra casa. Caminábamos diez cuadras y ahí, la magia. Hoy solo hay niños pidiendo o vendiendo. En ese entonces si alguien vivía en la calle era algún enfermo mental al que todos ayudaban. No se veía gente viviendo a la intemperie. El barrio siempre fue testigo del paso de las movilizaciones. En sus calles aún hoy hierve la realidad.

Volví hace tres años, si alguna vez me fui. Las costumbres cambiaron, pero mi barrio sigue siendo el centro del mundo. 
 

 

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