Postales de mi barrio
Por María Isabel Meraud.
¿Desde
cuándo soy del barrio? Qué sé yo. Mamá conoció a papá en la sastrería de
Rosetti, en la calle Independencia cuando era angosta. Mi abuelo tenía una
tintorería al lado y con mi otro abuelo vieron el bombardeo a Plaza de Mayo
desde la terraza. Tuvieron que esconderse tras el tanque de agua cuando
ametrallaban el Departamento de policía, porque las capsulas caían a sus pies
Yo
aparecí por acá en 1959. Vivíamos en
Provincia. Allí no había secundario. Y
como mis padres consideraron que los juegos de adolescentes en el tren eran
imprudentes, no quisieron correr el riesgo.
Mamá
puso un atelier de belleza. En el cuarto trasero del local miramos
entusiasmados el Cordobazo. Independencia seguía siendo angosta Tenia una parte
ancha de la vereda, donde las casas previniendo el ensanchamiento habían sido
construidas más atrás. Las otras, al borde del cordón, fueron demolidas. En la
parte ancha los chicos jugaban al futbol.
También la 9 de Julio estaba en obra. Y los varones jugaban a tirarse piedras
desde las montañitas de escombro de las casas demolidas. A la mujer de Rosseti
le tocó enseñarme a bordar. Mamá en esto era inexperta y era un requisito
escolar. En el barrio no había bachillerato de mujeres. Así que, al igual que
mi mamá y sus amigas (mis tías), fui al liceo uno. Allí en una asamblea organicé la toma del colegio.
Fueron las primeras que se hicieron. Estábamos en 1973. Nuestro paseo era ir
todos los días al Centro. Leíamos los libros de las mesas de las librerías de
parados. Ahorrábamos lo que nos daban para viajar para poder ir dos veces por
semana al cine y tomar un café a la salida. Elegíamos las películas de revisión
Saura, Bergman, Passolini, Buñuel etc.
El
Centro florecía, siempre estaba lleno de gente, a la salida de los cines en
Lavalle había que prevenir al público
para que no se formaran avalanchas en la calle. Frecuentábamos el cine
Lorraine, el Arte, la sala Lugones, el Lorca. El teatro San Martin, del lado de
Sarmiento, tenía espectáculos gratis y de gran calidad todo el día. Simplemente
caías a ver que había y con quién te encontrabas. El Centro era el patio de
nuestra casa. Caminábamos diez cuadras y ahí, la magia. Hoy solo hay niños
pidiendo o vendiendo. En ese entonces si alguien vivía en la calle era algún
enfermo mental al que todos ayudaban. No se veía gente viviendo a la
intemperie. El barrio siempre fue testigo del paso de las movilizaciones. En
sus calles aún hoy hierve la realidad.
Volví
hace tres años, si alguna vez me fui. Las costumbres cambiaron, pero mi barrio
sigue siendo el centro del mundo.
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