martes, 17 de octubre de 2017

No me vengas a hablar de política

No me vengas a hablar de política. 

Por Andrés Respeño


Desde el primer clan cavernario hasta nuestros tiempos, el tomar decisiones, repartir tareas, elegir, adorar a una o varias deidades, respetar costumbres, trabajar la tierra, cazar,  honrar a los mayores, cuidar a los niños, ir a la guerra, o fumar la pipa de la paz fueron tareas de la práctica política. No sabemos si en aquellos primeros y drásticos tiempos, el disenso alcanzó lugares preponderantes, pero sí que, a medida que las sociedades fueron creciendo, el acompañamiento de la práctica política se fue alejando del lugar de la toma de decisiones. Es probable que por esta razón, la política sea despreciada por muchos. Aunque también podríamos pensar que las voces que más se escucharon a lo largo de la vida política del mundo, hayan sido y sean la de los disconformes con las políticas implementadas, ya que los conformes poco tienen para decir, y por tanto vivamos en una especie de inercia crítica hacia la política. No por esto debemos olvidar a los que no tuvieron siquiera voz para poder ejercer el reclamo. 

Una cosa es cierta, tanto unos como otros son prueba irrefutable de que la política nos afecta, mucho más de lo que a veces percibimos. Por supuesto que afecta, sobre todo, a los más vulnerables. Y aunque parezca mentira, a nosotros también, por poner un ejemplo: los vecinos de Montserrat.

Pero sucede algo comprensible y paradojal a la vez. Desde esa vulnerabilidad, forzados a no tener cómo luchar contra lo que se impone, contra las políticas establecidas, se desprecia o se quiere matar con una aparente indiferencia a la política. Todavía escuchamos voces como: “Yo soy apolítico”. “Que me importan las elecciones si yo al otro día voy a tener que ir a trabajar igual”.  “No me meto en política”.

Por un lado es entendible. Vienen a nuestra cabeza imágenes de personajes no deseados y de situaciones vividas bastante desagradables. Nos refugiamos, entonces, en ese yo, que excluye al entorno, justo el campo de lo político. Podemos quedarnos con eso y entonces pensar que sin política y políticos estaríamos mejor.  Pero, imaginemos por un momento un mundo sin políticos, ni política. Alguien en algún momento deberá tomar una decisión. ¿Quién será? ¿Un niño o un poderoso? ¿Una joven y bella mujer o una empresa multinacional? ¿Un anciano sabio o un banco?

¿No es entonces la política que tanto nos aflige nuestra herramienta o solución?  
Todos tenemos una idea de mundo, de sociedad, de vida, que no es la que la realidad nos devuelve.

¿A qué se debe? ¿Podemos seguir alejados, esgrimiendo un vanidoso desinterés, matando con la indiferencia a la práctica política?

No. 

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