EDITORIAL
¿Costumbres
argentinas?
Por Andrés Respeño.
Una vez más, en
otro intento de simplificar y llevar agua para determinados molinos, se recurre
a teorías darwinianas a la hora de analizar temas sociales. “El hombre es un animal
de costumbres” reza la frase que se le atribuye al escritor inglés Charles
Dickens. Y de la cual nuevos y recientes estudios se toman para hablar de una
zona de confort a la que el hombre tiende por “naturaleza”.
Es muy probable que
Charles Dickens, si es que alguna vez dijo la frase, no tuviera intención de
comparar al hombre con un animal, cosas muy distintas por cierto. Todos sabemos
que el hombre es una instancia cultural y que de natural solo le quedan algunos
instintos cada vez más apagados y distorsionados; quizá en la Inglaterra victoriana de Dickens
estos instintos estuvieran a la altura de las circunstancias. Pero, en todo
caso, problema de aquella época. Lo que no se entiende muy bien es por qué en
el siglo XXI se sigue hablando del hombre como un animal que tiene costumbres
naturales. Y que a estas, tiende, del mismo modo que un elefante busca agua
para bañarse o lodo donde revolcarse.
Debido a dicha
tendencia se dice que el hombre tiende a permanecer en una zona de confort,
entendiendo por confort, no el lujo o zona éxito donde puede descansar o estar
cómodo sino, simplemente, un perímetro delimitado en el cual no encontrará
sobresaltos, ni contrariedades, donde lo desconocido no acecha. Si es así, más
allá de conceptos inexactos, las cosas se han puesto difíciles. Estamos en el
horno, se dice en el barrio.
Que el hombre esté enredado,
atrapado en una serie de costumbres cotidianas de las cuales le resulta difícil
salir, es válido: la insoportable rutina. Pero que tienda por naturaleza a
estas costumbres como mínimo es inexacto.
El hombre, es un
ser atravesado por la humanidad. Y la humanidad es una estructura cultural
cambiante, a la cual el hombre se ha acostumbrado. ¿Qué fue primero? ¿El hombre
o la cultura? Quizás haya sido el “acostumbramiento”. En el acostumbramiento
encontramos tanto al hombre como a las costumbres o la cultura; los dos al
mismo tiempo, amalgamándose, retroalimentándose, variando, convirtiéndose en una
sinergia imparable. El hombre no es un león, no es un antílope, ni un águila
condenados a repetir conductas. Sería inimaginable un león cansado de la rutina,
mascullando bronca porque tiene que salir a cazar para poder comer. El león,
como cualquier animal, es un ser natural y por lo tanto se maneja por instintos.
Sigamos imaginando. ¿Podemos imaginarnos al hombre, dentro de doscientos años,
casándose, formando algo así como familias, haciendo un asado o poniendo el
despertador para ir a trabajar, o a un chico mirando televisión, (ya no la
miran)? Si no tenemos muy clara la respuesta, pensemos doscientos años hacia
atrás, ¿podría una mazamorrera de la colonia imaginarse al hombre tomando un
colectivo para ir a trabajar, podría imaginarse a dos hombres casados del mismo
sexo, a el hombre tomando el café con leche en la parada del colectivo? No. Porque
el hombre es cultura, cultura que se hace al andar, varía, cambia, muta. Por
ahora, podemos decir que esa cultura es la que nos permitió sobrevivir.
En
realidad, si nos comparamos con cualquiera especie animal somos bastante más débiles,
y la cultura estuvo allí, en los inicios, para protegernos; luego la cultura nos
ayudó a expandirnos, la cultura nos iluminó, la cultura nos proporcionó y nos
proporciona una manera de ver al mundo, hoy nos brinda ese pequeño, quizá cada
vez más pequeño, reducto de confort. Pero ¿qué nos sucede ahí dentro? ¿Qué
nuevas seguridades nos tiene preparadas la cultura para que la aceptemos y la
hagamos nuestra? Porque no es por naturaleza que tendamos hacia ella. Se trata
de un arreglo, de un negocio, algo que el hombre inventó para sobrevivir, en el
que tenemos que aceptar una mala noticia: la cultura hoy es más fuerte. Sin
irnos tan lejos, en este número de El Tambor decimos que acá, en nuestro
barrio, Montserrat, las costumbres han cambiado. La pregunta es si estos
cambios, estas nuevas costumbres, son en nuestro beneficio.
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