sábado, 14 de septiembre de 2019

Del otro lado de un río empinado como el Aconcagua


EDITORIAL

Del otro lado de un río empinado como el Aconcagua

Por Andrés Respeño.


Goku. Mural en la Plaza Montserrat, del lateral que da a la calle México. Foto: Maca Tubin

El héroe ocupa un lugar en nuestra cultura universal. La historia y sobre todo la literatura se ha encargado de resaltarlo. El héroe es la persona o personaje que logra hazañas que requieren valor y hasta cierta temeridad, es el personaje que representa y está provisto de rasgos significativos de la cultura de cada pueblo, de su propio pueblo. Por tal motivo, tanto en la mitología, en la historia, en el deporte, en las guerras etc. el héroe, debido a sus hazañas, recibe el merecido reconocimiento de la sociedad a la que pertenece.

El cine, la narrativa moderna, el teatro de los últimos tiempos, se dedicó a héroes más anónimos, pero al ser presentado en medios masivos, su heroicidad no pasa desapercibida para los millones de lectores o espectadores.

Que las circunstancias históricas y culturales hayan encumbrado a diversos y múltiples individuos, develan que el héroe es una excepción, es alguien que destaca, alguien que no forma parte del conjunto, es del conjunto pero resalta.

Ahora, ¿por qué el héroe es casi es uno de los emblemas principales de nuestra cultura? Dejando de lado ciertas intencionalidades políticas, en nuestra humilde opinión se debe a que el héroe es individuo que al resaltar sobre los demás, no se pierde en el conjunto. En consecuencia es más individuo que nadie. O sea, el constituirse héroe fortalece su reafirmación como individuo.

A medida que la civilización “avanza” y las ciudades se convierten en verdaderas aglomeraciones humanas, y el rasgo característico que surge en ellas es el anonimato. ¿Quién no querría convertirse en héroe?

Dadas estas circunstancias de vidas tan anónimas por efectos de una sociedad alienada debido a diversos problemas de orden, laboral, económico, relacional, sociales, raciales, etc., donde el sujeto se refugia en sí mismo, desde El Tambor queremos advertir que sobre esta necesidad de heroicidad, apelan hoy cuando nos piden que no nos bajemos en medio del rio imaginario que, supuestamente, todos los argentinos estamos cruzando; cuando nos alientan a tener el coraje de llegar a la otra orilla; cuando nos impulsan a un sacrificio que sería la epopeya, la travesía, el camino que todo individuo necesita para convertirse en héroe.

Nos preguntamos entonces, qué sería llegar a la otra orilla. ¿Salirnos de nosotros mismos? ¿Sería no ser? ¿Qué clase de salto o cruce nos están pidiendo?  ¿No es acaso eso una forma de alienación? Y ¿qué hay en la otra orilla? ¿Un país distinto? Un país distinto sería, ¿qué cosa?  ¿Un país, en el que salgamos del anonimato, un país en el que no necesitemos muestra de ninguna heroicidad para ser, para sentirnos plenos?  Bueno. ¿Y por qué no lo intentamos acá?  

¿Qué clase de héroe lucharía por negarse? ¿Qué clase de héroe no representaría los rasgos característicos de su cultura, de su pueblo?

Para ser más claros: Pudiendo ser argentinos, ¿por qué deberíamos aspirar a parecernos a Australia? 




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