EDITORIAL
Del otro lado de un río
empinado como el Aconcagua
Por Andrés Respeño.
Goku. Mural en la Plaza Montserrat, del lateral que da a la calle México. Foto: Maca Tubin
El héroe ocupa un lugar
en nuestra cultura universal. La historia y sobre todo la literatura se ha encargado
de resaltarlo. El héroe es la persona o personaje que logra hazañas que
requieren valor y hasta cierta temeridad, es el personaje que representa y está
provisto de rasgos significativos de la cultura de cada pueblo, de su propio
pueblo. Por tal motivo, tanto en la mitología, en la historia, en el deporte, en
las guerras etc. el héroe, debido a sus hazañas, recibe el merecido
reconocimiento de la sociedad a la que pertenece.
El cine, la narrativa
moderna, el teatro de los últimos tiempos, se dedicó a héroes más anónimos,
pero al ser presentado en medios masivos, su heroicidad no pasa desapercibida
para los millones de lectores o espectadores.
Que las circunstancias
históricas y culturales hayan encumbrado a diversos y múltiples individuos, develan
que el héroe es una excepción, es alguien que destaca, alguien que no forma
parte del conjunto, es del conjunto pero resalta.
Ahora, ¿por qué el
héroe es casi es uno de los emblemas principales de nuestra cultura? Dejando de
lado ciertas intencionalidades políticas, en nuestra humilde opinión se debe a
que el héroe es individuo que al resaltar sobre los demás, no se pierde en el
conjunto. En consecuencia es más individuo que nadie. O sea, el constituirse
héroe fortalece su reafirmación como individuo.
A medida que la
civilización “avanza” y las ciudades se convierten en verdaderas aglomeraciones
humanas, y el rasgo característico que surge en ellas es el anonimato. ¿Quién
no querría convertirse en héroe?
Dadas estas
circunstancias de vidas tan anónimas por efectos de una sociedad alienada debido
a diversos problemas de orden, laboral, económico, relacional, sociales, raciales,
etc., donde el sujeto se refugia en sí mismo, desde El Tambor queremos advertir
que sobre esta necesidad de heroicidad, apelan hoy cuando nos piden que no nos
bajemos en medio del rio imaginario que, supuestamente, todos los argentinos
estamos cruzando; cuando nos alientan a tener el coraje de llegar a la otra
orilla; cuando nos impulsan a un sacrificio que sería la epopeya, la travesía,
el camino que todo individuo necesita para convertirse en héroe.
Nos preguntamos
entonces, qué sería llegar a la otra orilla. ¿Salirnos de nosotros mismos?
¿Sería no ser? ¿Qué clase de salto o cruce nos están pidiendo? ¿No es acaso eso una forma de alienación? Y ¿qué
hay en la otra orilla? ¿Un país distinto? Un país distinto sería, ¿qué cosa? ¿Un país, en el que salgamos del anonimato, un
país en el que no necesitemos muestra de ninguna heroicidad para ser, para
sentirnos plenos? Bueno. ¿Y por qué no
lo intentamos acá?
¿Qué clase de héroe
lucharía por negarse? ¿Qué clase de héroe no representaría los rasgos
característicos de su cultura, de su pueblo?
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