viernes, 14 de febrero de 2020

Cuidarnos más

EDITORIAL

Cuidarnos más
por Martín Ciraolo

En estos tiempos en los que vivimos, generalmente tan apurados, olvidamos cuidar las cosas que tenemos cerca. El sociólogo Zygmunt Bauman, acuñó el concepto de “modernidad líquida” para definir la volatilidad, los cambios vertiginosos, de la sociedad de la que hoy somos parte.

Por estos pagos, ya no se estilan viejas y tradicionales costumbres de sillas en la vereda o pibes jugando en las calles. No digo que no exista más, sino que ya no es moneda corriente como en otras
épocas. Y no lo juzgo; me salgo por supuesto de ese viejo apotegma que, a veces falsamente instalado, remite a que “todo tiempo pasado fue mejor”.

No, es distinto. Vivimos en una sociedad distinta. Donde los hechos parecieran transcurrir a una velocidad mayor. Donde el avance de la tecnología ha modificado hábitos, donde la sobre-estimulación temprana que recibimos lleva a que mi generación (tengo 30 e ingreso dentro del grupo de los “millenials”) sea una generación de transición entre lo digital y lo analógico. Pero este no era el quid de la cuestión. Líneas atrás escribí “olvidamos cuidar las cosas que tenemos cerca”. No sé si es una cuestión de estos tiempos, de esta generación o qué. Lo cierto es que suceden cosas todos los días y, por cierto, será porque es lo que eligen difundir los grandes multimedios de comunicación sumado a las ajetreadas rutinas que nos tocan vivir, muchas veces se pierden pequeños detalles: un llamado, una pregunta,
un gesto.

A veces, parece que todo va tan rápido, que tenemos tantas cosas que hacer que no tenemos tiempo para concretarlas. Que mediante un aparatito podemos mantener simultáneamente más de 50 conversaciones mientras estamos teniendo en vivo y en directo una con otra persona de carne y hueso que, sentada o parada frente a nosotros, nos escucha o nos habla mientras nosotros permanecemos inmóviles, inmutables, petrificados, ante otra respuesta u otro mensaje de otra persona distinta que no
se encuentra físicamente en ese lugar. Y creemos que podemos hacer todo al mismo tiempo. Y no. No se puede.

- ¿Me estás escuchando? - Sí, igual bancame que estoy contestando un mensaje-. Y no, claramente no se escucha. O sí, pero no con la atención que deberíamos hacerlo. En fin, no es un juicio de valor. Sin embargo, apuntamos a indagar en ese mar de prioridades, en ese inmenso e interminable espiral en el que asiduamente quedamos atrapados y sin salida –a veces por elección y otras porque no nos queda otra y es una trampa más del sistema, de la sociedad líquida en la que vivimos-. Pero creemos
que no hay que dejar de pensarlo, de cuestionarlo o bien, de continuarlo si es que está bien. No soy juez para juzgar o determinar, no soy árbitro para mostrar una tarjeta amarilla, no soy quién para afirmar o negar que sea correcto o equivocado. Esta pequeña y humilde reflexión, concluye en que no estaría mal, cuidarnos un poco más. A fortalecer los lazos, los vínculos, las amistades, la familia; las relaciones profesionales, laborales; con el vecino de la esquina, con el carnicero o la chica del kiosco.

Cuidarnos más, estar más pendientes de lo que sucede a nuestro alrededor. A involucrarnos, a participar. A recuperar un poco más el cara a cara, el contacto directo. El abrazo, la caricia; la palabra, el oído. El corazón.

A fin de cuentas, ¿qué sería de nosotros sin los demás?

El Carnaval es un claro ejemplo del encuentro de las personas, de quererse, de cuidarse: la fiesta popular.

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