OPINIÓN
Asumir y reventar
por Noelia Dans
Desde muy chica que caminando
por la calle tuve que soportar comentarios de hombres, opiniones sobre mi
cuerpo. Siempre venían de hombres desconocidos, que caminaban por ahí como yo,
que estaban trabajando o tomando una cerveza como yo. Pero, a diferencia de mí,
ellos podían hacerlo con tranquilidad y yo no. Eso nos diferenciaba y nos
diferencia. Los hombres podían y pueden caminar sin problema de que yo vaya a
decirles “¡qué buen culo, mi amor!”, pero yo no podía, ni puedo hacerlo.
Después de caminar y
esquivar comentarios, me sentaba en una mesa a cenar con hombres y mujeres. En
mi rol de mujer, me correspondía poner la mesa, también cocinar y también lavar
los platos -y también y también. El rol de hombre me parecía más divertido, mirar
un partido de fútbol o hacer cualquier cosa mientras nosotras nos ocupábamos de
no interrumpir. A mí me daba un poco de bronca porque, además de que lavar los
platos me resultaba la peor tarea del hogar, yo quería ver el partido. Pero es
cosa de hombres, nena; acá tenes la Barbie y
te podés maquillar con esto para entretenerte. ¿Por qué no podía ser parte de
ese rol? ¿Por qué había roles?
Con el tiempo crecí y
empezaron a entrar nuevos hombres que actuaban muy similar a los de mi infancia
y mi rol seguía siendo muy parecido al de cuando era chica, pero empecé a
cuestionarlo. Muchos de ellos se comportaban de una forma a la que yo no estaba
acostumbrada en un hombre cercano. Pero, si era cercano, no podía hacerme algún
mal de ese tipo. Podía engañarme con otra, ese tipo de males sí, el otro tipo
no; ese era de hombres
desconocidos. Cómo un hombre que me quería podía llegar a hacer algo que podía
herirme, algo que haría un hombre que no me conoce. Cómo un hombre cercano a mí
podía violentarme.
El feminismo comenzó
una nueva ola de auge y me atrapó. Empecé a leer publicaciones de mujeres
feministas contando sus situaciones y me parecía que se asemejaban a mí. Sus
historias me eran cercanas y empecé a odiar el feminismo, porque el odio es el
sentimiento más fácil. Cuando algo o alguien nos hace sentir vulnerables es
mucho más simple odiar. Porque pensar, reflexionar, asumir, es muy complejo y
doloroso. Odié ver la realidad, la mía, la de todas. Hasta que necesité una
salida y compañía. Necesité asumir. Y aunque odié al feminismo, aunque lo negué,
el feminismo estaba ahí para ayudarme, para rescatarme de un círculo vicioso
del que no podía salir, para demostrarme que podía ser mujer y que me traten
bien, que podía disfrutar del futbol, aspirar a lo que yo quisiera y no tener
que soportar comentarios de cuán grandes son mis tetas. Al menos los que no
pedí.
Hace un tiempo largo
que pertenezco. En realidad, siempre pertenecí. Solo que hace un tiempo lo
asumí. Hacerse cargo de que tus derechos no son iguales a los de un tipo con
pito o que, aún teniendo menos derechos que el tipo, tenes más que otras
mujeres en situaciones distintas no es fácil. Menos simple aún es hacerse cargo
de un padecimiento. Por vergüenza, por sentirse débil.
Asumir es una palabra
que me gusta, porque su significado me parece complejo. No el significado en
sí, sino llevar a cabo lo que refiere a ello. Asumirse vulnerable, sensible o
lo que sea. Asumir es, de alguna forma, entender lo que nos representa, reconocernos.
Creo que siempre asumir resulta liberador, lo que no lo hace sencillo. Por eso
asumimos y reventamos. Reventamos de bronca, de ira, de tristeza o de alegría.
Cuando asumí que me
veía afectada por el machísimo, me liberé. Pero también me sentí débil. Sentí que
asumir que un hombre estaba teniendo algún tipo de poder sobre mí me hacía
sentir chiquita. Después entendí que asumir y enfrentarlo demostraba mi fuerza,
que era muy superior ante la de un tipo que tenía que esconderse.
Y reventé, porque es
necesario reventar, hacer ruido, destruir y reconstruir para que asumirse no
sea en vano y lo altere todo.
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