EDITORIAL
Eso tan distintivo
Por Martín Ciraolo
El 9 de Julio es el día de la independencia y, como tal, muchos y muchas seguimos conservando esa tradición de juntarnos a comer un locro, un guiso de lentejas, alguna cosa que asimilemos a lo nacional. O quizás, simplemente sea la excusa de juntarnos. Días atrás veía algunos videos en Tik Tok -que para aquellos que no conozcan, es una red social donde lo que se comparte son videos únicamente- en los que algunas personas oriundas de los Estados Unidos mencionaban las ventajas de vivir en Argentina o bien, por qué eligen este país y no el de origen para transitar sus días.
Entre esta enumeración de cosas -más allá del fútbol, la carne y
algunos detalles característicos más- lo que salía a la superficie es esta cosa
tan nuestra que va en torno a lo social. Qué sociales son los argentinos, se juntan todo el tiempo y para cualquier cosa. Festejamos que
alguien se recibió, un casamiento, salir primeros en un torneo de cualquier
disciplina. Nos juntamos los domingos con la familia, los sábados con los
amigos, disfrutamos de nuestros hijos. Se celebran los cumpleaños en las
oficinas o cualquiera sea el ámbito de trabajo. Nos abrazamos, nos extrañamos.
Cuando vemos a una persona por primera vez en el día, nos saludamos con beso,
con un abrazo. Somos así. Somos afectuosos, cariñosos, muy dados.
Predispuestos. A todo. Sabemos de casi todos los temas, podemos opinar
de cualquier cosa pero, a su vez, siempre estamos dispuestos a dar una mano. A
ayudar a alguien que se cayó en la calle, a cambiar un neumático de alguien que
vemos que pinchó una goma en cualquier esquina, a cruzar la calle a una persona
que no esté en sus completas facultades para hacerlo.
Podría seguir. Sí, podría seguir porque los ejemplos sobran, abundan.
Pero no es el quid de la cuestión. Volviendo al punto de esta cuestión
de lo social, de juntarnos, de los lazos tan estrechos que tenemos, pareciera
que en los tiempos que transcurrimos hoy día, hay cosas que no van de la mano
con esto. Muchos discursos de odio que proliferan. Twitter, red social por excelencia,
habilita a que cualquier persona pueda decir cualquier barbaridad sobre otra
sin tener miedo a las consecuencias o, en pocas situaciones tener que pagar
algún costo, es la plataforma donde florecen gran parte de estos mensajes.
En los últimos días, escuchamos hablar de terminar con algunas
expresiones para siempre, con tirarle con lanzallamas a gente que vive en
barrios populares, entre otras tantas. Y no es solo twitter. Twiter cada vez
tiene menos usuarios, pero más consumidores. Se reproduce, se viraliza.
Entonces, quien suscribe -que solamente miro algunos tuits por día- que no soy
asiduo caminante de dicha red social, estoy al tanto de un montón de cosas que
allí suceden. Viste lo que tuiteó
fulano, me preguntan y mi
respuesta es sí. Claro, y no uso Twitter. Pero lo sé, me
llegó. Se viralizó.
Vivimos en tiempos de recortes, de sacar cosas de contexto, de
manipulación extrema y, sobre todo, en estos tiempos en los que estamos en
vísperas de elecciones presidenciales. Pero no me quiero desviar del punto. El
tema es que gran parte de los agentes reproductores de estos mensajes de odio,
son las mismas personas que después tienen como bandera todas las cualidades
que mencionábamos antes. Son amigos de sus amigos, se reúnen y comparten con
sus familias, con sus seres queridos cualquier ocasión. Cualquier evento es
excusa para juntarnos, para reencontrarnos, para reconocernos, para celebrar lo
que somos. Entonces, la pregunta que cabe es, ¿cómo puede ser que convivan
ambas cuestiones en las mismas personas? ¿Realmente somos tan permeables como para escuchar y reproducir algo
que nosotros mismos después decimos no serlo? ¿Puede ser que la misma persona que disfrute de juntarse con gente que
piense parecido no pueda tolerar que haya o exista otra matriz de pensamiento o
prisma ideológico como para pensar en que hay que terminar para siempre con esa
forma de pensar? Al mismo
tiempo comparte los fideos con la familia, el domingo al mediodía.
Creo que más allá de lo que se viene en los próximos meses y que, por
supuesto que estaremos atravesados por las elecciones nacionales -por fuera de
afinidades, ideología o gustos- nos estamos jugando gran parte de ese capital.
Ese capital humano, tan distintivo. Tan argentino.
Los hermanos sean unidos, por que esa es la ley primera. Tengan unión
verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean, los
devoran los de afuera. Tan vigente como siempre, tan actual que, a veces duele.
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