Entre ayer y hoy
Por Mariana Gómez
Cuántos años nos separan de aquellos tiempos en que
tomábamos mates con los vecinos de la cuadra, en que los chicos usaban la calle
como canchita de futbol, o jugaban a las escondidas. Al caer la noche, algún
vecino subía el volumen de su combinado y daba ganas de prenderse en un baile
colectivo.
Esas costumbres se han visto reemplazadas. Ya no le
pedimos una taza de azúcar al de al lado, ni suenan los timbres del rin- raje. Ahora,
es común que no sepamos el nombre del almacenero, ni de la señora que atiende
la panadería, mucho menos, el del vecino que vive en el piso diez. Año Nuevo y
Navidad se festejan puertas adentro, es difícil encontrar la fiesta en la
calle.
Las formas han cambiado. Y es obvio que estas
transformaciones se deben, no solo pero en gran parte, al uso de las nuevas
tecnologías que influyen en nuestra manera de relacionarnos con el otro. Sin
embargo, pensamos que sería interesante no dar por perdidas aquellas costumbres
y establecer puntos de contacto entre aquel eterno ayer y el efímero presente.
Antes, lo comunitario era asociado al contacto cara a
cara, a compartir los espacios del barrio: el club, la plaza, la feria. Hoy por
hoy, “lo colectivo” trasciende las
barreras espacio- temporales para ubicarse en la mediatización: el celular, el
televisor, la computadora, contacto virtual no solo con una persona sino con muchas
al mismo tiempo. Personas a las que, muchas veces, no les conocemos las caras
ni hemos escuchado sus voces.
Paradojalmente, los espacios se han centralizado. En vez
de ir al comercio del barrio vamos al gran mercado y en lugar de ir al cine o
al teatro del barrio acudimos a los shoppings.
El tiempo escasea y, probablemente,
ese sea el motivo por el que los acontecimientos tengan menos perdurabilidad. Nos
queda como consuelo guardar una copia por
mucho tiempo en un dispositivo. Hace unos años, si uno olvidaba una receta de
cocina, no podía buscarla en la web, se le preguntaba al abuelo, a la abuela.
Hoy no hace falta. La receta, o lo que busquemos, está en internet. De tal manera que las palabras parecen sobrar. Por otro lado, estos cambios producen cierta fascinación. Nos suspenden, tienen algo de mágico.
Nos olvidamos del que está al lado nuestro porque estamos
pendientes del que está a cientos de kilómetros. Preferimos el contacto virtual;
solos, pero sin correr demasiados riesgos.
A todo esto, la realidad, la calle nos resulta insegura.
Pero nos sorprende, por ejemplo, que la murga se organice de forma popular allí
mismo, que el cafetero recorra los comercios, que el afilador nos despierte un
domingo a la mañana, y un sinfín de vestigios “de otra época” que conviven con
la vorágine del presente.
Creemos que todavía quedan espacios, muy al lado nuestro,
por conocer. Personas con las cuales conversar, clubes de barrio que nos están
esperando, centros culturales abiertos a la comunidad y muchas cosas para
re-descubrir.
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