María Fiorentino, actriz y vecina. Una de las
tantas perlas que nos dio Rosario.
Por Javier García Crocco
¿Cuándo viniste a
Buenos Aires?
M. F.: ¡Uh…! (Se sonríe con nostalgia). En el 72,
cuando Buenos Aires era una fiesta, el “luche y vuelve” y todo eso. Vine a
estudiar teatro porque en Rosario había hecho una experiencia muy casual. Mis padres me llevaban mucho al teatro.
¿Tus papás tenían que
ver con “el teatro”?
M. F.: No, no. Mis viejos
laburaban en un frigorífico. Mi mamá era obrera, y mi viejo era empleado de la
sección estándar y después fue dirigente sindical.
Quizá la pregunta sea
prejuiciosa, pero ¿cómo era que viniendo de una extracción sindical tus padres
te llevaran al teatro?
M. F.: Porque mi viejo
hizo teatro cuando era joven. Yo me enteré de grande. Mi papá fue casi huérfano
y lo criaron tíos y tías. Había una foto de mi papá con un traje de novicio y
con el tiempo me fui enterando que lo metieron pupilo en un colegio de los
salesianos, que son muy rígidos. Mi viejo no la pasó nada bien allí. Nunca hablaba
de eso porque no tenía buenos recuerdos de los curas. Y se ve que encontró una
puerta de alivio para pasarla mejor participando de obras de teatro que se hacían
en el colegio. Tengo programas de teatro en los que actuó mi papá. Pero esto me lo dijo cuando yo ya había
empezado a hacer teatro en Rosario. Ahí entendí por qué no quiso que yo fuera a
un colegio de monjas como todas mis amigas, y de ahí, deduzco que me gustara
tanto el teatro, más allá que mi viejo me enseñó a leer con textos de
Lorca. (Se sonríe) Y después decía: ¡Yo no sé a quién sale esta…!
Entonces, Buenos Aires…
M. F.: Claro, porque
las veces que me subí al escenario allá, no lo disfrutaba. Me decían entrá por un
costado, parate ahí, ahora decí tal cosa. Y yo veía el teatro de los elencos
que iban de Buenos Aires… A ver, yo vi “Chúmbale”. Lo que me partió la cabeza
fue “Hablemos a calzón quitado”, con Guillermo Gentile, un éxito del under
total. La vi a Eva Dongé con Walter Vidarte haciendo “Matraca para un hombre
triste” que me morí de amor y yo veía que aunque fuera un dramón esa gente la
pasaba de puta madre ahí arriba. Y yo me aburría tanto que me dije: esto va a
ser cuestión de estudiarlo.
¿Cuál fue tu primer
barrio?
M. F.: Vine a vivir a
un departamento que alquilaba mi viejo en Corrientes y Uriburu. Él trabajaba acá
de lunes a jueves, era síndico del gremio. Y yo pienso cómo cambió esta Ciudad.
Porque hoy en día el Once es una maldición. Está sucio, es peligroso, es feo. Y,
para mí, el Once era el paseo de los sábados a la mañana donde salía a comprarme
algo, una pilcha, una cartera. Claro, porque también el sueldo de una empleada,
como era mi caso, alcanzaba. Yo me pagaba las clases de teatro, me compraba libros,
la salida de las clases de teatro terminaban inevitablemente en una comida en
La Pummarola, que era un boliche que estaba por la calle Sarmiento, y los
sábados era el paseo por el barrio que era divino. Ahora está todo muy
deteriorado. La Ciudad está deteriorada.
Están poniendo muchas
veredas. ¿Cómo lo ves?
M. F.: Lo veo todo
destruido. Me hace acordar cuando fui por primera vez a Madrid. Una amiga que
vivía allá me dijo “venite en zapatillas porque es imposible caminar de tantas
obras que están haciendo”. Inmediatamente agregó “porque la obra vial es lo que
más ganancias deja”. Mirá, siempre me pareció que los autos la pasaban muy mal
en la Ciudad, pero, ahora, ya no se puede caminar. ¿Viste la pirueta que tuve
que hacer para entrar a este bar? Una mujer mayor tiene que seguir de largo. Allí,
(señala la esquina más próxima) había
una columna con el cartel indicador de la intersección de las calles. Estaba puesto
en medio de la rampa para discapacitados. Un día, por suerte, se lo llevó
puesto un camión, y lo tuvieron que sacar.
Salís a la calle y hacés un tramo por la vereda y de repente tenés que
bajar a la calle. Y luego, lo mismo. Todo enrejado de color amarillo. Todo muy
sucio; bueno, el habitante de Buenos Aires es bastante sucio, hay que decirlo.
Pero fijate qué pasa. Voy al Ministerio de Medio Ambiente de acá de la Ciudad para
hacerle un trámite a un amigo. Saco número, espero. Frente a mí tres tachos de
basura muy prolijos, uno verde, otro negro, otro amarillo. Pasa el ordenanza
con un carrito y vuelca el contenido de los tres tachos en la misma bolsa.
¿Qué deberían hacer los
políticos, los gobernantes?
M. F.: Bueno, como
primera medida, pienso yo, deberían llamar a alguien de los taxistas, a alguien
de los colectiveros, a la gente que usa la Ciudad y preguntarles. La otra vez,
iba en un 39 y el chofer se encontró con que la calle en la esquina siguiente estaba
cortada. Nos pidió un minuto, se bajó. Vino hasta este cruce antes de que
abriera el semáforo y les habló a los autos para que no avanzaran porque él
tenía que retroceder toda la cuadra para retomar. ¡El tipo de pronto estaba dirigiendo el
tránsito, porque no había ningún cartel que indicara nada! Yo siempre digo una
cosa, con la que coinciden muchos amigos, muchos tacheros, gente que se mueve
en la Ciudad: “A esta ciudad la planifica una persona que está sentada en un
escritorio en otra ciudad”.
Mirá, no puedo
evitarlo, me acuerdo de la campaña de De la Rúa. Por San Telmo había un afiche
muy grande que se había hecho muy popular, en el que se veían las piernas de un
hombre de las rodillas para abajo sobre unos adoquines y el cartel decía: “De
la Rúa camina las mismas calles que Usted”. Y un porteño divino le había
escrito: pero no usa los mismos timbos. (Risas).
¡¿Quién camina las mismas calles?! La otra vez un tachero me decía los
políticos se ponen una sirena arriba del auto de seguridad, hacen pee pee pee
pee… y llegan en diez minutos al Congreso. Para ellos la Ciudad está bárbara,
si llegan en diez minutos.
¿Cúanto hace que vivís
en Montserrat?
M. F.: ¡Uh…! Hace
muchísimo. Mirá, viví desde el 80 al 90, más o menos, En Saenz Peña y Chile.
Después estuve en otros lugares, un departamento que me alquilaba Alicia
Bruzzo, otro en Corrientes y Esmeralda cuando estuve en pareja, otro que
compartí con dos amigas. En el 94 me pude comprar este departamento, que es el
único y donde vivo ahora.
¿Te gusta?
M. F.: Me encanta, está
sucio, sí, pero como todo Buenos Aires. Está el Subte, están los bondis, está
la 9 de Julio, estoy al toque de todo, me puedo ir caminando a un teatro. Está
la Avenida de Mayo que es hermosa.
¿Y cómo te trata el
barrio?
M. F.: El barrio, muy
bien. Pero todo Buenos Aires es genial. ¿Sabés? Yo nunca sufrí el desarraigo.
Siempre me pareció vivir en una Rosario más grande. ¿Y con el barrio? La
relación es más con los negocios, por ejemplo con la Fabrica de pastas de
Belgrano y Salta, que he visto crecer a los chicos desde que llegué porque es
un negocio como de tres generaciones. El que ahora es el señor pelado que
atiende era un pibe, y me acuerdo que él siendo muy jovencito, veintipico, le
decía a la mujer cuando yo entraba a comprar: “Disculpame, pero yo a María le
entro…” ¡Un caradura, nos reíamos…! Ahora su mujer me pasa recetas, sabe qué
voy a llevar. Tenemos un vínculo. También había un mercadito acá a mitad de
cuadra. A este café vengo mucho. Tenemos la mejor pizza de Buenos Aires en La
Posta IV, conozco gente que viene de lejos a comer la fugazzeta. Bueno, está Le
famiglie. El primer día que vine a ver el departamento con mi mamá fuimos a
almorzar allí. Nos atendió un mozo, Pedro, que es jujeño y que desde ese día es
mi mozo. Cuando entro, los mozos me señalan las mesas en las que me tengo que
sentar porque saben que a mí me atiende Pedro.
¿Más allá de que
venimos hablando de cultura, ves otro tipo de actividad cultural en el barrio?
M. F.: No. Algunas
cosas esporádicas hay, pero no se conocen mucho. O quizá las hay pero yo no lo
sé porque no están publicitadas. Yo me enteré que los sábados y domingos daban
películas gratis en la ENERC cuando una vez me lo crucé en la calle a Pablo
Rovito que iba con la mujer y me dijo que llegaba tarde al cine. A veces voy a
la biblioteca de la ENERC que tiene la biblioteca sobre cine más importante de
América Latina. El trabajo que ha hecho Pablo Rovito es impresionante. Creo que
ahora van a volver a dar películas gratis, los sábados y domingos. Mirá, cuando
vine a vivir al barrio por primera vez, en los años 80, en la otra cuadra
estaba la redacción de la revista Humor donde yo escribía, y toda esta zona del
barrio que es Textil era recontra floreciente. Me acuerdo que la correctora de
estilo de la revista, Elvira Ibarguren, una mujer encantadora, escritora de
literatura infantil, falleció hace unos años, me decía vamos a buscar unos
trapos, y salíamos a las retacerías donde había un movimiento tremendo. Hace
unos años hubo una movida donde las textiles ponían carteles, como “Semana de
la moda en Montserrat” “Algo está pasando en Montserrat”, arreglaban las vidrieras,
pero ahora todo eso se está apagando porque es una de las industrias más
castigadas.
¿Alguna anécdota en el
barrio?
M. F.: (Piensa) Bueno, no es una anécdota muy
feliz porque me quitó muchas horas de sueño y trámites, denuncias a la policía,
en la fiscalía y hasta una audiencia con un diputado para que tomara cartas en
el asunto y quitaran un boliche, no solo de mala fama, en la planta baja de mi
edificio. Por suerte un amigo y vecino, después de un tiempo, se decidió y me
ayudó también. Pero había mucha gente que miraba para otro lado. En fin, sería
muy largo de contar. Por suerte lo sacaron junto a otros prostíbulos más que
había por Santiago del Estero. Así que me quedo con el agradecimiento a Soledad
Sylveyra y a La Alameda que vinieron y les hicieron una especie de escrache. Un
calvario que duró como tres años pero que no me quitó el amor que siento por
Montserrat. (Sonríe).