EDITORIAL
Nada se pierde, todo se transforma
Caminando por las frías
calles de nuestro barrio, en este otoño que más que otoño invierno parece,
decidí ponerme los auriculares para evitar un poco el sonido del tránsito. O
ruido, porque más que sonido, era molesto.
Con la frente en el alto, me dispongo a seguir la melodía y cantar bajito mientras camino. Cruzo la calle, y como si fuera una coincidencia, el estribillo de “Todo se transforma” llega en el momento en el que esquivo una suerte de valla que tapa un bache que está siendo reparado en ese momento.
La foto era clara: el bache siendo tapado, dos trabajadores haciendo lo propio y un cartel que duplicaba el tamaño de la obra, bien claro, contundente. “La transformación no para”, dice. Ya vi varios spots publicitarios en tv y oído otros tantos en la radio todas las mañanas. Buen slogan, sin dudas. Claro, conciso, va al hueso.
Cruzo la calle, caca de perro por doquier. Esquivo, vuelvo a poner la vista al frente: avisos publicitarios en los carteles: a la altura de la vereda, en los carteles altos en los edificios -perdón, no aclaré, vengo caminando por Lima-. Un nivel de contaminación visual, fuerte. Me llama la atención, y no lo digo porque sea un slogan del Gobierno de la Ciudad, porque en épocas de campañas electorales suele haber de todos los colores y para todos los gustos. Pero no estamos en campaña. Entonces, ya viéndolo desde un lado más pegado a la comunicación, es cierto que genera un golpe de efecto fuerte. No hay nadie más que esté con otro leit motiv de tal calibre. Muy astuto, siempre lo hacen bien, hay que reconocerlo.
Doblo por México, me cruzo con unos pibes que están en situación de calle. Siento frío en los pies, los veo a ellos, automáticamente dejo de sentirlo. Me pregunto, ¿llega la transformación allí? Evidentemente no. Los carteles sí, porque camino 50 metros más y allí están empapelando más carteleras.
Llego a la Plaza Montserrat, a la placita de siempre. Hay menos gente que el mes pasado. Hace frío, sin lugar a duda es determinante ese factor. La canchita de fútbol levantada por los vecinos y vecinas del barrio hace un puñado de años, tiene un arco menos*; poco verde, igual que siempre. ¿Tendremos alguna vez un canil para que los perros no corran sueltos y haya peligro de que se lleven puesta a una persona mayo o niñx que vaya a jugar a la plaza? Tampoco veo árboles nuevos. Doy la vuelta, salgo por San José. La parte donde están las mesas está horrible. Sucia, abandonada, dejada. “Lo que te inquieta esta vez, no durará más de un mes…” suena en mi reproductor en voz del Indio Solari. No tiene nada que ver lo que sigue luego en la canción, pero ese primer arranque me lleva a otra reflexión: ¿tenemos las prioridades puestas donde debemos tenerlas? ¿Puede ser que todo sea tan corto, rápido, efímero? ¿Podremos sostener nuestros planteos u observaciones por más de un mes? Un mes, no lo tomemos literal.
La tarde de otoño me lleva
directo a recordar a Zygmunt Bauman, quien acuñara el concepto de modernidad
líquida en referencia a los tiempos actuales, en relación a los cambios
constantes, a la transitoriedad. ¿Todo pasa de largo? ¿Podremos volver a poner
las prioridades donde deben estar? ¿Podremos dejar el marketing, la publicidad,
la contaminación visual en un segundo plano para efectivamente darnos cuenta lo
que tenemos delante? Sin dudas, es un gran desafío que tenemos por delante como
sociedad. ¿Lo lograremos? Mientras tanto, la transformación que no para,
todavía no llegó a Montserrat.
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