Con
un dejo de ironía sobre sus propias palabras, con la alegría melancólica que
proporciona el recuerdo, Juan Palomino cuenta su paso por Montserrat y describe
el barrio.
¿Cómo
y cuándo tomaste contacto con el barrio?
En los noventa. Fue uno de
los primeros barrios que frecuenté desde mi llegada de La Plata. Más allá de que ahora estoy casi todos los días
por acá porque trabajo en la Asociación Argentina de Actores, cuando pienso en
el barrio, pienso en los primeros años de mi carrera como actor en Buenos Aires. Yo empezaba a trabajar en el San Martín y uno
de los primeros lugares en los que paré fue el estudio de Omar Grasso que
quedaba en Av. De Mayo. En aquellas épocas yo frecuentaba un bar el “Pernambuco”,
sobre Corrientes, ahora no está más, y con algunos amigos y compañeros, actores,
directores, algunos periodistas como Alberto Dearriba, nos aventurábamos a
hablar no solo de teatro y cine, sino de política en una época donde reinaba el
pensamiento único y se había desprestigiado la política, se había despolitizado
todo, como se intenta hacer ahora. Muchos de esos amigos vivían en Montserrat. Luego
viví un par de años en un departamento en San Nicolás, Moreno y Catamarca, pero
volví a Montserrat, casi en los límites con San Telmo.
¿Qué
características le encontrás al barrio?
Es un barrio con cierta
mística. Las calles con esa mezcla de adoquines, cemento, y tramos de vías que
emergen de algún tranvía. Me gusta la arquitectura de Montserrat, la mixtura de
lo nuevo con lo viejo. Hay una esquina en Moreno y Solís con una puerta de
hierro forjado enorme. Me gustan los cafés, las peluquerías, los bodegones, hay
uno en Chile y San José. También Lo Rafael donde he comido unas ricas ranas a
la provenzal.
A
propósito, hay un restaurante peruano…
Sí. Status… destaco que es
uno de los primeros restaurantes peruanos que hubo, lo que me lleva a
frecuentar la zona. Yo nací en La Plata. Me crié en Perú. La Patria es la
infancia, dicen. Por lo tanto creo que
tengo un gran porcentaje de lo que soy producto de mi infancia en Perú hasta la
adolescencia para luego terminar la adolescencia y comenzar mi juventud, mi
adultez, acá en la Argentina lugar donde me completé, donde me pasaron cosas
muy importantes, en el país que me vio nacer en un hospital público, el
hospital San Martín de la Plata. Ahora que lo pienso creo que Montserrat se parece algo a Lima, a ciertos
rincones de Lima, a la zona del Girón de la Unión, el centro de Lima antiguo,
que yo frecuentaba de niño cuando iba de vacaciones.
(Recuerda y queda callado un
instante).
Entonces…
(Interrumpe). Creo que el
barrio es la Patria, también, ¿no? Digo porque cuando uno se desarraiga de un
barrio es duro. Yo he sufrido ese desarraigo en Perú, en Cuzco. Y eso que me
mudé de Mariscal Gamarra al Centro del Cuzco, quince, veinte cuadras. Sin
embargo, la identidad de Mariscal Gamarra en unos monoblocs era muy distinto a
Tambo de Montero. Para mí fue un gran desarraigo. Lo que habla del arraigo que
producen ciertos barrios. Eso hace que uno pueda relacionarse con su pasado,
con uno mismo.
¿Transitás
el barrio?
Sí, por supuesto. Trabajo
todos los días en la Asociación Argentina de Actores como secretario adjunto en
Alsina y Entre Ríos. No visito tan frecuentemente como antes a los amigos. Pero
me gusta caminar. Tengo trato con los comerciantes. El carnicero me recomienda
la mejor carne. Tengo, por ejemplo, una óptica, muy viejita, en Moreno y Solís,
al lado de una casa de quiniela, un local con mucha identidad. Me gustan los
locales con identidad propia. Ese local está atendido por un señor muy grande,
un hombre que ha superado los setenta años, ese es mi óptico. Ahí voy a buscar
anteojos, a cambiar cristales. También está la óptica de Mario sobre Solís al
que considero un amigo.
¿Sentís
que hay un Montserrat antes de la fama y después de la fama?
No. La verdad que no. Fue
siempre el mismo. Al menos, desde mí. Me mudé de barrio por una cuestión de
estructura, de una casa más grande, de proyectos de familia. Y me he separado
varias veces y mis amigos siempre están y me han mimado y cuidado. Y siempre en
este barrio. No he cambiado la manera de manejarme en la vida. Debe ser por
eso. Y, sobre todo, porque no creo en esa distancia inventada entre un artista
y un trabajador.
¿Qué
cosas otras cosas te gustan de Montserrat?
Me gusta el nombre. Indica
como cierta alcurnia, cierto abolengo. Y por supuesto las chicas de Monserrat,
las mujeres también tienen esa particularidad, como lo tienen las chicas de
Flores, en el poema de Oliverio Girondo. (Se ríe). Yo me atrevería a pedirle a
la poesía un poema sobre las chicas de Montserrat. Esas chicas que tienen la sonrisa plena a
pesar de los desencuentros, y esa forma
plácida de caminar, de subir las escaleras, de abrir esas puertas de hierro,
darse vuelta y quizá invitarte a tomar un helado, (Se ríe) qué sé yo… ¿No?
¿Una
anécdota que recuerdes?
Justamente, hace unos días,
me encontré con una novia de aquellas épocas. Me dice “¿Puedo recordarte algo? Tengo
una imagen tuya. Habíamos ido unos cuantos a cenar a la casa de tu amigo
Javier. A media cuadra compramos una torta”. Era un postre Balcarce. Le
preguntamos al comerciante si estaba bien, porque, la verdad, el negocio no
daba el aspecto de vender mucho. Y el hombre nos dijo que sí que la lleváramos
con confianza. Cenamos, y cuando abrimos la torta, tenía un olor a amoníaco que
espantaba. Amoníaco, tal cual. No lo podíamos creer. Me sentí estafado. Era amoníaco puro. Cuando salimos,
seguramente volvíamos al Centro a tomar el café en el Pernambuco, bajamos con
la torta. El negocio ya estaba cerrado con una cortina metálica de esas que
tienen rombos, desenvolvimos la torta y la aplastamos contra el vidrio, bien
refregada contra el vidrio. (Risas).
¿Esto
se puede publicar?
Claro que sí. Es una buena
anécdota. ¡Era amoníaco puro! ¿Mirá si
nos intoxicábamos yo y mis amigos? (Se ríe).
Correrías
de muchachos.
Es que no éramos tan muchachos.
(Risas). Pero como diría Kartún: “no hay que dejar estafar al niño que tenemos
dentro”. Creo que es una buena anécdota
porque, a veces, hay incorrecciones que tienen cierta justicia. No siempre se
puede hacer justicia como corresponde. A ver, uno vive en una sociedad donde la
justicia es una herramienta importante para poder construir y manejarnos con
respeto. Pero en este caso, esa justicia arbitraria que tiene que ver con las
cosas cotidianas, el trato entre vecinos, con el cuidado, con el tener en
cuenta al otro… ¡El tipo nos vendió una torta en mal estado, eso es no tener
escrúpulos! Nuestra revoleada de torta, quizá le haya enseñado algo. Al otro
día tuvo que limpiar la vidriera y nada más. O quizá siguió vendiendo tortas
vencidas toda su vida. (Risas).
¿Cómo
llevás la presencia del barrio en vos?
Me doy cuenta de que mi
vínculo con Montserrat es y ha sido muy intenso por las cosas que he vivido a
nivel amistades, por los proyectos, desde lo sindical, y el pensamiento.
Tengo los mejores recuerdos.
Es un barrio muy referencial en mi historia personal. Mi hija vivió en México y
Cevallos. Un amigo me leyó su primer cuento. Vi el capítulo de una miniserie
que se llamó “Desde adentro” que no funcionó. Estaba el teatro que dirigía Lito
Cruz “El Galpón” donde hice un casting para la película de Nicolás Sarkis “El
tigre de los llanos”. Edité mi primer documental con Claudio Pose que vivía en
Santiago del Estero e Independencia. Para mí, Solís y Chile es una esquina
emblemática. Recuerdo que había allí había un edificio tomado porque cuando me
separé por primera vez, ¿a dónde fui a parar? A la casa de Daniel Dalmaroni que
quedaba en… Solís y Chile. (Risas).
¿Alguna
reflexión final?
Quizá lo de la torta no sea un
ejemplo a seguir. Pero no quiero ser políticamente correcto para que me
quieran. Creo que el desafío es ser lo más honesto posible, y eso hace que uno
sea creíble.
Nota
de la Redacción: El Galpón del sur quedaba en la calle Humberto Primo entre
Solís y Entre Ríos, a dos cuadras fuera de los límites de Montserrat, hoy en
día es un garaje.